Ayer apareció por la parroquia uno de los fotógrafos que contrataron los padres de los niños que han hecho la primera Comunión. Como en la parroquia no hay mucho espacio y en los dos despachos estábamos trabajando tuvo que quedarse en la puerta de la parroquia. Vi, más bien oí, cómo iban llegando los padres a recoger sus fotos, las comentaban, opinaban y se las llevaban. Todo correcto, pero me di cuenta que ningún padre entró a saludar al Señor en el Sagrario. No es que haya que hacer una excursión, no tenían ni tan siquiera que abrir una puerta, lo tenían delante a unos pocos metros. Pero cuando se viene por las fotos, se viene por las fotos… y nos olvidamos de Dios.
“Pedro se puso a decir a Jesús: -«Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»” Pedro no lo dice sin motivo. El joven rico acaba de irse, a dicho que no a la invitación de seguirle que Jesús le había hecho. Jesús acababa de decir qué difícil era que los ricos entrasen en el reino de los cielos y, si los apóstoles tenían algún sueño de enriquecerse cuando el Mesías triunfase, se acababa de venir abajo. Si no iban a ser ricos ¿qué podían esperar?. Y Pedro no duda en preguntarlo abiertamente. La respuesta también es un jarro de agua fría para cualquier aspiración humana: «Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros.» Así que el premio son persecuciones, no parece lo más agradable, pero la vida les demostrará que encontrarán la alegría al ser perseguidos por anunciar el Evangelio.

¿Qué tiene esto que ver con las fotos de la primera comunión? Pues que en ocasiones buscamos que la fe y Dios nos enseñen el lado hermoso de la vida, que el Señor fuese como un amuleto de la fortuna en la que descubramos nuestra mejor cara. Pero eso es quedarse en lo externo, lo de fuera, en la puerta de la Iglesia. Sólo hay que dar unos pasos más y acercarse de verdad a Jesucristo en el Sagrario para darse cuenta que la vida es otra. La vida no es algo estático impreso en papel brillante. Dios no es un lexatil que nos quite los nervios por afrontar la vida con todas sus dificultades. La vida del cristiano no es otra que la vida de Cristo “Por eso, estad interiormente preparados para la acción, controlándoos bien, a la expectativa del don que os va a traer la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis más a los deseos que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. El que os llamó es santo; como él, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta, porque dice la Escritura: «Seréis santos, porque yo soy santo.»” O nos acercamos de verdad a Cristo o no entenderemos nada, añoraremos una vida cómoda y tranquila y esquivaremos la salvación. San Pablo dirá que ha tomado parte en los duros trabajos del Evangelio, pero también nos muestra la alegría de conocer y amar a Cristo.

No podemos quedarnos en las puertas de la vida, tenemos que pasar adentro y encontrarnos con Cristo. Nos hace falta rezar más, pedir más, expiar más, identificarnos más con Jesús.

María, nuestra madre, nos invita a pasar hasta el Sagrario y luego salir y transformar el mundo.