Terminamos el mes de mayo, el mes de María. Sin duda habremos hecho algunas romerías a algún santuario mariano o a la imagen de la Virgen de nuestra parroquia. Las romerías (aunque algunos pedantillos defienden que sólo son a Roma), son una estupenda y piadosa costumbre. Salir de casa, de nuestros lugares habituales y de nuestros recorridos diarios, para rezar, para visitar, para contemplar y, como no, para descansar. cada día defiendo más la necesidad de descansar en Dios. Pero para descansar hay que cansarse.

“En aquellos días, Maria se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.” Contemplar hoy la vida de María es contemplar a la mujer que pone en acto en cada momento la gracia de Dios que recibe. La gracia de Dios no es acumulable, no podemos guardarla en baterías para otra ocasión. Cuando Dios nos pide algo hay que hacerlo y nos dará la gracia para cumplirlo. Pero eso es ahora, en este momento, no es mañana, ni pasado ni al otro. La Virgen podía haber puesto mil excusas, haber buscado cien pretextos, pero no, hace lo que Dios le pide sin rechistar, con prontitud y alegría. Y eso que Dios no le ordena: “Vete a casa de Isabel”, el ángel simplemente le indica la situación de su prima y marcha corriendo a ayudarla. Intuyó que era allí donde Dios la quería en allí en ese instante, y se fue.

Y la Virgen no se pone a hablar de sus cosas, su alma sólo puede alabar a Dios por lo que estaba haciendo por ella. Sin duda María estaría cansada del viaje, pero ella sabe descansar en Dios. «No temas, Sión, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, en medio de ti, es un guerrero que salva. Él se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.» El Señor se alegra por nosotros, en Él está nuestro descanso y nada tenemos que temer. Es cierto que nos faltarán las fuerzas, que emprenderemos tareas que parece que nos superan, que casi nos arrastraremos por el peso que llevamos encima. Pero tenemos a un Dios grande que carga con la gran parte de nuestros trabajos. Nuestra fortaleza es prestada y participamos, con nuestras débiles fuerzas, en los trabajos del Evangelio.

Cada vez que veo al Santo Padre, que podía haberse ido a su casita de Alemania a tomar sopitas y buen vino, y ves su figura menuda y de aspecto quebradizo me pregunto: ¿Cómo hará para llevar el peso de la Iglesia? Pero en seguida me doy cuenta que el peso lo lleva Cristo. No le quito ni un ápice de mérito al Papa, pero crece mi admiración por nuestro Dios.

Que al terminar este mayo la Virgen nos conceda de su Hijo la fortaleza para vivir toda nuestra vida haciendo lo que Dios quiere. Ah, y si no has hecho una romería hoy es un día estupendo.