Si no sois mejores que los escribas y fariseos”. Hoy he entendido que estas palabras iban por mí. No tengo la pretensión de que el Señor las dirigiera sólo a mi persona, pero si que tengo la certeza de que estoy incluido entre los destinatarios, y que lo estaba ayer y quizás también mañana.

No sé exactamente lo que hacía un escriba en tiempos de Jesús. He leído por algún sitio que copiaban textos de las Escrituras y por tanto las conocían. Pero sólo las copiaban. No importa si en rollos de pergamino o en sus cabezas. Copiaban sin más y, por lo que podemos deducir, debían recordar bastante los textos y hasta sabérselos. Seguramente los reproducían con bonitas grafías, pero no entendían necesariamente su sentido ni configuraba sus vidas. Recibían información pero, como diría Benedicto XVI, no eran realidades preformativas de su existencia.

Yo he leído mucho la Biblia, y me gustaría aún hacerlo más. Pero el Evangelio de hoy me suscita la cuestión de si verdaderamente esa lectura es como un agua que empapa mi existencia o no. En cualquier caso, en su misericordia, el Señor da algunas claves para que las cosas empiecen a ser distintas.

Dice que si nuestra justicia no es mejor que la de aquellos hombres no entraremos en el reino de los cielos. Por tanto todo lo revelado y contenido en la Biblia se ordena a nuestra vida eterna. Apropiárselo de otra manera, para conformar simplemente una mejor vida terrena, sea como sea, es no entenderlo. Dios nos dice algo, se nos manifiesta y va ordenando nuestra existencia hacia la eternidad. Pero, por otra parte, nos indica que hay que hacer algo en esta vida: “mientras vais todavía de camino”. Es una palabra que contiene las semillas de la eternidad pero opera ya en este tiempo. Porque el tiempo de la reconciliación es mientras estamos vivos: con Dios y con el hermano.

Por otra parte, con la lectura que Jesús hace del quinto mandamiento, vemos que no podemos quedarnos en lo superficial. No podemos matar la ley leyéndola superficialmente. Jesús al profundizar en el alcance de los preceptos nos indica que todos se ordenan a la vivencia de la caridad. Sin esta no hay nada. Por eso quien desprecia a su hermano ya lo está matando. Aquí no se dice que sea lo mismo insultar que cometer un asesinato. Sino que el mandamiento no se reduce a la prohibición de suprimir una vida, sino que lleva a amar toda vida. Reconciliarse con el otro significa amar su existencia, alegrarnos de su presencia; llegar a entender por qué Dios lo ha creado. San Agustín, en algún momento señala que amar a nuestros enemigos es desear que sean amigos de Dios, que se salven. Lo diametralmente opuesto a matar, lo que se anuncia en la enseñanza de Jesús.

La Virgen guardaba las palabras de Dios en su corazón y las meditaba. Iba comprendiendo el sentido oculto, la verdad plena que contenían. Que ella nos guíe para que cada vez conozcamos mejor la voluntad del Señor y conformemos nuestra vida a ella.