Seamos claros: no sabemos rezar. Cuando me hablan de maestros de oración, y no me refiero a los santos, sino a los gurús de temporada, me estremezco. Jesús tuvo que enseñar a rezar a sus apóstoles y el apóstol Pablo dice que nosotros no sabemos que decir, pero que el Espíritu Santo viene en nuestra ayuda. Hay la tentación de la palabrería. El Evangelio de hoy es claro. El Señor nos enseña una oración breve, compuesta de siete peticiones, que son siete profundidades de su corazón, porque el nunca dijo una palabra vana. Es la oración por excelencia.

En la introducción a esta oración que hay en el Misal, ahora ya hay más opciones pero esta es la clásica, se dice: “Fieles a la recomendación del Señor y siguiendo su divina enseñanza nos atrevemos a decir”. Me impresionan estas palabras. “Nos atrevemos a decir”. Porque no son palabras nuestras, sino suyas; porque no somos plenamente conscientes del alcance de cada una de esas peticiones; porque es la oración del Hijo. Pero nos atrevemos porque el Señor nos lo ha enseñado. Cada vez que decimos esta oración, o que hacemos cualquier otra porque dice san Agustín que toda verdadera plegaria se encuentra ya en el Padrenuestro, lo hacemos con Jesucristo. Por eso nos atrevemos a decir “Padre”. Palabra esta que dice san Pablo no sabríamos pronunciar, en sentido cristiano, se entiende, si el mismo Espíritu Santo no viniera en nuestra ayuda.

Cuando celebro Misa y llega ese momento me gusta mirar el Cuerpo y la Sangre de Cristo que están sobre el altar. Pienso entonces que digo esa oración más verdaderamente que nunca porque ahí está el Señor, bajo las especies eucarísticas, y que yo rezo con Él. Quien es su Padre también lo es mío porque me ha adoptado en su Hijo. Es tremendo.

En la vida ordinaria te encuentras muchas veces que no sabes como dirigirte a alguien, si de tú o de usted. Cuando hay más confianza te apean del tratamiento, aunque mantenerlo no es un signo de mayor desconfianza, sino de respeto. Jesús, al enseñarnos esta oración, nos coloca hablando al oído de Dios, en su regazo, como hijos. Por eso la Iglesia, aún hoy, ordena toda su enseñanza sobre la oración alrededor de estas siete peticiones.

San Francisco de Asís tiene una célebre paráfrasis del Padrenuestro. Toma cada una de las peticiones y la mastica completándola con exclamaciones de gozo o intuiciones de los tesoros que están ahí escondidos. Es una buena manera de rezar. A veces no sabemos que decirle al Señor. Ya lo dice el Evangelio de hoy que no hemos de preocuparnos por ello porque no es la mucha palabrería la que conmueve al Señor. Aquí se nos muestra un camino sencillo: repetir las palabras de Señor, una y otra vez, deteniéndonos en ellas o no, según el momento. Y así, repitiendo no sólo sus palabras, sino haciendo que resuene en nuestro interior los sentimientos de su Corazón, iniciaremos un delicioso coloquio con Dios.