Es posible que nunca neguemos nuestra fe en la Providencia, a nivel teórico, pero quizás no suceda lo mismo en la vida práctica. Cuando olvidamos que Dios cuida de nosotros y que nada le pasa desapercibido ni escapa a su mirada, nos sobreviene la angustia, por la que anticipamos un futuro incierto.

En el Evangelio de hoy leemos “los gentiles se afanan por esas cosas”. Y esas cosas son el comer, el beber y el vestir: todas básicas. En la novela La carretera, de Macarthy, se describe un mundo postnuclear en el que los supervivientes sólo se mueven por ese deseo de comida y de vestido, que son como lo esencial para no morir. Pero el autor también muestra en su narración que si no hay algo más, una preocupación más honda y humana en el corazón, la vida humana del futuro tampoco sería satisfactoria. De hecho el protagonista, un niño que viaja por su padre hacia el Sur, le reclama constantemente que trate con bondad a los viajeros, a menudo peligrosos, con los que se encuentran. La simple supervivencia no satisface al pequeño.

Reconocer que Dios cuida de nosotros no devalúa ninguna realidad. Jesús en el Evangelio nos pide que no tengamos un corazón dividido. Dios vela por cada uno de nosotros y conduce la historia. Preocuparse de las cosas teniendo presente a Dios; tratar las cosas por su referencia a Dios; descubrir que todo procede de Él y que sólo en Él cobran sentido… ¡Hay tantos aspectos que se pueden considerar!

Quizás la calve esté en la palabra “servir” que utiliza Jesús. No se puede servir a dos amos. Quien intenta ese extraño equilibrio acaba roto. Ahora, ¿por qué dice servir al dinero? ¿Acaso no somos nosotros los que nos servimos de él? Pero puede que no. Cuando nos obsesionamos por el dinero, por el futuro, por no carecer de medios… nuestro corazón va quedando atrapado. En situaciones de extrema necesidad se han dado casos de una gran deshumanización y también de heroísmo. Lo que marcaba la diferencia entre posiciones tan opuestas era la orientación del corazón. La percepción de si nuestra vida está en manos de Alguien o no.

Jesús, en la hermosa evocación que hace de los pájaros y de los lirios, nos invita también a descubrir la belleza que hay en el hombre. La perfección no nos sobreviene por lo exterior como los vestidos de Salomón o cualquier otra cosa. La belleza está en nuestro interior y en el hecho de que hemos sido creados para amar a Dios. Por eso hemos de buscar amar a Dios sobre todo y en todo. Dios cuida de ese amor disponiendo las cosas para que nos encontremos con Él y seamos felices junto a Él. Sólo en ese amor seremos felices y todo lo demás nos vendrá sobreañadido. Podrá faltar o no, pero lo único imprescindible es reconocer que hemos sido hechos para Dios y que en Él está nuestra felicidad.

No es fácil vivir en medio de los bienes temporales sin despreciarlos ni encadenarnos a ellos, pero es posible con la gracia de Dios. Muchas veces hemos de volver a este pensamiento: Dios me ama y no deja de cuidar de mí; quiero abandonarme en Él.