Amós 5,14-18.21.24; Sal 49; Mt 8,28-34

Imperioso mandato de Jesús: id. Un id dirigido a la piara de cerdos. No a nosotros, a quienes nunca manda de esa forma imperiosa. Vosotros, seguidme. Vosotros, id, sí, por todo el mundo, pero predicando dónde está la salvación de Dios. Y la piara entera se abalanzó acantilado abajo y se ahogó en el agua. Para nosotros nunca tiene un mandato imperativo. El centurión que busca la curación de su servidor lo tiene: digo que hagan esto, y lo hacen. No hay camino de libertad en esas maneras. Así sólo se trata a los cerdos. O el centurión a sus soldados. Las maneras de Jesús son distintas. Sígueme. Si quieres, vende todo lo que tienes, y ven, y sígueme. Atrae en nosotros un camino que es de libertad; camino en el que él, enviándonos su Espíritu, suscita la plenitud. Nuestra libertad, siguiéndole, se plenifica.

Buscaremos, pues, el bien, como nos sugiere el profeta Amós de parte de Dios, y no el mal. Viviremos así, y el Señor estará con nosotros. Nuestros caminos buscarán amar el bien y odiar el mal. Pero no con un bien y un mal de pacotilla, de pura moralina, de comportamientos meramente externos, de cumplir la letra, sino el que procede de las obras de justicia del mismo Dios. ¿Cuáles, pues? Él nos las enseñará. ¿Seremos, entonces, meros seguidores de lo que Dios nos imponga, sin posibilidad alguna de rebelarnos contra ese mandato? No, claro, lo sabemos muy bien. Ahí están las primeras páginas del libro del Génesis para que veamos la consecuencia de esa rebelión, producto del enredo, pues nos dejamos engañar por la serpiente, por los demonios que caen sobre la piara, cuando creemos que seremos libres a nuestro gusto y manera al proceder como piara. Que será entonces cuando elegiremos la vida con libertad, sin mandato; levantándonos cada mañana para hacer lo que nos plazca, sin continuidad alguna con nuestro propio pasado, con lo que hicimos ayer, ni perspectiva ninguna de futuro, lo que haremos mañana; haciendo lo que nos plazca; llegando a poseer, así, el árbol del bien y del mal. Mas cuando así hagamos, entonces nuestra libertad no será plena. Al contrario, llegará a ser mero simulacro; el mismo que tienen los cerdos, para los que el Señor emplea una palabra imperativa: id, y se precipitaron por el acantilado.

Qué lejos, pues, de este otro id y predicad el evangelio por el mundo entero. Pues este es envío del Espíritu, quien da plena orientación a nuestro camino de libertad en el seguimiento de Jesús. ¡Qué distintos modos!

Nosotros, con el salmo, seguiremos el buen camino y el Señor nos hará ver nuestra salvación. Primero oiremos el sígueme, y luego llegará a nuestros oídos el suave mandato que busca darnos la plenitud de nuestra libertad: id y predicad el Evangelio en toda ocasión, ante todo el mundo. Desparramaos por el mundo, no quedéis ante el barranco en espera de caer por él. Nos lo indica bellamente la oración sobre las ofendas en la celebración de los protomártires: concédenos la gracia de permanecer siempre firmes en la confesión de tu nombre. ¿Por qué esta petición? Por una sencilla razón: confesar su nombre, hacer parte de nuestra vida ese id de su suave mandato pone fin de plenitud al camino de nuestra libertad. Porque le seguimos, vamos. Porque queremos seguirle, vamos. Porque buscamos seguirle, vamos. Y vamos porque el Espíritu que él nos envía arrastra nuestra libertad por sus caminos, mientras en nuestro corazón grita: Abba (Padre).