Pues sí, ganó España el mundial de fútbol. Felicidades a todos. Y por la tarde (escribo el lunes) miles de personas lo festejarán, gritarán, saltarán, beberán y enronquecerán. Mañana volveremos a la normalidad, nuestra huelga de metro, la crisis económica, el debate sobre el lamentable estado de la Nación y esas cosas de cada día. Muchos dirán: “Volvemos a la rutina”, no creo que haya una frase que se diga con menos ganas y carente completamente de alegría. La rutina es la enemiga de la vida, del sentirse vivo, de ese espíritu de aventurillas que todos llevamos dentro. La rutina parece que mata el alma y es compañera inseparable del aburrimiento. Sin embargo también nos suele gustar refugiarnos en la rutina, saber en cada momento qué tenemos que hacer y qué nos espera a continuación. Hay rutinas necesarias y rutinas rutinarias. Para que esas rutinas necesarias, las que hacemos todos los días, no nos lleven al aburrimiento tenemos que descubrir el milagro.

“En aquel tiempo, se puso Jesús a recriminar a las ciudades donde habla hecho casi todos sus milagros, porque no se habían convertido: -«¡ Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrian convertido, cubiertas de sayal y ceniza. Os digo que el día del juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras.” Tiro, Sidón y Cafarnaún se habían instalado en la rutina, se encontraron con el milagro y volvieron a esconderse bajo el manto de su rutina. La rutina es aburrida pero cómoda. La rutina espiritual nos lleva a hacer siempre lo mismo, de la misma forma y de la misma manera. Uno ya sabe lo que tiene que hacer: “Voy a Misa los domingos, rezo un poco por la noche, me confieso cada par de meses y con eso debería tener garantizada la salvación.” Se busca la Misa más rápida, la oración se hace en pijama y nos confesamos cada vez con un sacerdote distinto y si es posible que sea sordo, mejor. Así se convierte la vida espiritual en una rutina, aburrida pero necesaria. Que nadie nos exija más que no estamos dispuestos a dar más.

Por eso hay que pedirle al Señor que nos ayude a descubrir los milagros de cada día, desde que abrimos los ojos hasta que los volvemos a abrir al día siguiente. Tenemos que poner en nuestro corazón y en nuestra alma el espíritu de aventura, volver a ser descubridores y lanzarnos a gozar de las maravillas de Dios. Para el supersticioso hoy no será el mejor día para intentarlo, martes y 13 se quedará en la cama con miedo a salir a la calle. Pero como supongo que casi todos pasamos de supersticiones hoy es un buen día para lanzarse. Lanzarse a celebrar a Dios como celebramos la copa del mundo, pero sin copa ni copas. Contemplar la maravilla que supone el que el mismo Dios nos dé nuestro tiempo para dedicárselo a Él, descubrir a ese Dios que te quiere a ti, en concreto, con tu nombre y apellido. La maravilla de cada Eucaristía, la misteriosa intimidad de cada Sagrario, las palabras de amor que, con María, lanzamos a Cristo en cada rosario, lo impresionante de la misericordia entrañable de Dios en cada confesión, la grandeza de ponerse de rodillas y siendo pequeños hacernos grandes. Saborear cada segundo “perdido” con otro viviendo la caridad, disfrutar de cuidar a un enfermo o de dejarse cuidar (que es mucho más difícil), saber sonreír cuando surge la dificultad o aceptar con agrado que se cambien nuestros planes. Saber decir en cada instante que sí al Espíritu Santo y saber decir que no a nuestro egoísmo. Todo esto, y muchas más cosas que sin duda se te ocurrirán,  hace que descubramos la maravilla de cada día y no caigamos nunca en la rutina, aunque siempre hagamos las mismas cosas. Tendremos cada día la labor de convertirnos  y tendremos “¡Vigilancia y calma!” cad adía de nuestra vida.

Que nuestra madre del cielo nos ayude a celebrar cada día el milagro diario de tener un Dios que nos quiere tanto. Y seguiremos festejando la Copa del Mundo, que nos lo hemos ganado desde nuestros sillones.