Ez 18,1-10.13b-32; Sal 50; Mt 19,13-15

Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme. Si me arrojaras fuera de tu rostro, ¿qué sería de mí? Si tu Espíritu no me sostuviera, ¿dónde estaría? ¿Qué otro sacrificio puedo ofrecerle si no fuera este, mi espíritu quebrantado y humillado? Ezequiel vuelve a la nueva alianza. No una alianza que quebrantemos y olvidemos, por más que Dios fuera nuestro Señor. Esta vez, todo será distinto, pues esa alianza la meterá en nuestro pecho y la escribirá en nuestros corazones. Seremos parte del pueblo elegido, pero esta vez la alianza será con cada uno de nosotros, de modo personal. El trato será directamente de cada uno de nosotros como personas con él. Trato interior. Trato íntimo. Conversación de amor. Amor de elección. Viviremos una unión mística. Estaremos desposados para siempre con nuestro Dios por el amor; en conversación de amor.

¿Cómo será esto posible?, ¿qué ha cambiado para que ahora sí pueda darse lo que rsultaba antes imposible y cuya esperanza aparecía como vana? Esta vez, todo será distinto porque se nos ha dado el Hijo en el amor. Y hemos visto ese amor colgado en una cruz. Ahí está la prueba fidedigna de que las cosas van a ser distintas. Porque lo serán en el amor. La posibilidad, pues, la tenemos dada, pero todavía falta su concreción en una realidad de ser, de acción y de vida. Todavía falta algo, y esto es nuestro reconocimiento de ese amor. ¿Cómo será el para nosotros de ese derrame de amor?, ¿de qué manera se hará mérito para nosotros, de qué modo lo haremos nuestro?

Todo estalla en la pregunta que Jesús hace a sus discípulos, y a nosotros con ellos. Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Pregunta personal. Pregunta eclesial. Pregunta que surge de la sacramentalidad de la carne. Tu eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. No palabritas al viento, que son expresión de un sentimiento que parece íntimo, de una seguridad de enamoramiento que pasa casi al punto. Respuesta que sólo Dios Padre puede poner en nuestra boca. Porque es una respuesta de amor, y sólo Dios es amor. Sólo quienes son como niños pueden acercarse a Jesús con esa limpieza de corazón, tan necesaria para responder al amor de Dios que se derrama sobre nosotros en su Hijo. Sólo ellos tienen la sencillez de la fidelidad en la esperanza. Sólo ellos viven en la fe. Sólo ellos responden al amor con el amor.

Por eso, al no entender de lo que se trata, los discípulos procuran impedir que los niños se acerquen a Jesús. Sólo los niños de Dios creen en su Padre. Otra vez deberemos ir al versículo del aleluya para entender el misterio de nuestro proceder. Bendito seas, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has revelado los secretos del reino a la gente sencilla (Mt 11,25). A los que son como niños. El amor se nos revela si somos sencillos, cuando lo somos, si nos hacemos como niños. Entonces se da el reconocimiento de quién es Jesús. Un reconocimiento de amor. Entonces es cuando nuestro corazón se llena de la novedad del amor. Entonces es cuando correspondemos con el nuestro al amor del Padre, que nos ha dado a su Hijo para nuestra salvación. Entonces es cuando, mirando a la cruz, las lágrimas cubren nuestros ojos, porque comprendemos que ahí se nos ofrece un misterio de amor, qué digo, ahí se nos ofrece el misterio del amor.