Como todos vosotros, si no no estarías leyendo este comentario, tengo que navegar por Internet varias veces al día. Debo ser un hombre con muchísima suerte pues ya he entrado en unas decenas de páginas en que me felicitan por ser el visitante del millón, han seleccionado mi IP para regalare un Audi o un Mini, y puesto entre dibujitos de colores te pone muy en grande: ¿NO ES BROMA! ¡FELICIDADES!. Tengo tanta suerte que he sido el visitante un millón de alguna página varias veces en días diferentes. No sé quién clickerá sobre esos banners, pero si están seguro que es porque alguien los visita. Al humanoide en seguida le pica la curiosidad y se asoma a la ventana a ver qué pasa. Lástima que tantas veces dirijamos mal la curiosidad.

“En aquel tiempo, se acercó uno a Jesús y le preguntó.” ¿Qué le preguntarías tú a Jesús si tuvieras la oportunidad? No es algo fácil de responder a bote pronto. Seguramente nos lanzaríamos a preguntar algún inútil ¿Por qué…?. Eso son cosas de la curiosidad.

Sin embargo este joven no estaba mal encaminado.«Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna? Esa es una buena pregunta. Ojalá tuviéramos curiosidad por llegar al cielo y por ayudar a cuanta más gente mejor a llegar. La curiosidad de las cosas de Dios es algo muy bueno, y además inagotable. Podremos profundizar en el amor de Dios toda nuestra vida y no haber pasado del quicio de la puerta. La curiosidad por saber lo que Dios quiere de nosotros en cada instante es algo a promover. En ese anuncio si puedes hacer click con el ratón.

No es que yo quiera dejar a nuestro joven por mentiroso pero me cuesta creer la respuesta que le da a continuación a la respuesta del Señor.«Todo eso lo he cumplido. ¿Qué me falta?» Me parece que la curiosidad de nuestro protagonista se dirige más bien hacia fuera, no se conocía demasiado. No sé si en el siglo I sería como ahora, seguramente a su escala sí, el hombre no cambia tanto. Ahora se dirige nuestra curiosidad hacia fuera, nos volvemos hacia la vida de los otros con un afán desmedido de saber más, de conocer sus entresijos, sus vergüenzas, sus aficiones, sus amantes y sus esposas o esposos. Se llenan páginas y páginas de la vida de los demás, pero cada día miramos menos nuestra vida, nos conocemos menos, no queremos vernos como realmente somos. Esa curiosidad de conocer la vida de los demás es mala, tenemos que cortarla de raíz -en ese cuadrito no hay ni que acercar el puntero del ratón-, y empezar a hacer examen de nuestra vida. Entonces nos daremos cuenta de quiénes somos y podremos dejar que el Espíritu Santo trabaje sobre bases reales, nuestro ser, con nuestras virtudes y nuestros defectos. La curiosidad por conocernos a nosotros mismos es buena.

Y ya no dice nada más el joven del Evangelio de hoy. Al menos no lo dice con palabras, pero dice mucho con sus gestos: “El joven se fue triste, porque era rico”. Había sido seleccionado entre el millón de visitas que recibiría Jesús, sólo tenía que decir que sí y tenía el premio directo, sin sorteos ni bases ante notario. Pero no quería reconocer la pobreza de su riqueza, que todo lo que había acumulado no era nada y por eso se llenó de sí mismo y de tristeza. De pronto se le acabó la curiosidad y se dijo: “No quiero saber más”. La curiosidad mala no suele decir basta, para seguir adelante con la curiosidad buena hace falta en empuje del Espíritu Santo. Cuando estés navegando por Internet -y esto aplícalo a cada momento de tu vida-, y tengas dudas si hacer click en el banner de la derecha o el de la izquierda pregúntate si es curiosidad buena o mala, si es de la buena te encontrarás a ti mismo y a Cristo, si es de la mala te irás solo y triste.

Nuestra Madre la Virgen sólo tuvo curiosidad por las cosas de Dios y las guardaba en su corazón, que ella nos enseñe a dominar la curiosidad. Por cierto, si sientes cierta curiosidad por saber que te ha tocado por ser el lector un millón haz clic aquí. ¡Viva San Roque!