Ayer fui a ver a su trabajo a uno que hasta entonces consideraba buen feligrés. Encima que voy a verle me zarandeó, me pinchó, me tocó las narices y se puso a mandarme cosas. Que sea médico -otorrinolaringología es su especialidad-, no le daba permiso a hacerme tantas cosas en un rato, meterme drenajes en los oídos y cámaras de televisión por las narices. Además me prohibió fumar, beber cervezas o café durante al menos un mes, y si mi garganta no mejora me amenaza con operarme y dejarme quince días sin poder hablar. Claro que con la cantidad de pastillas que tengo que tomar a lo largo del día no me va a dejar ningún momento para la vida social. Llevo ya hora y media sin fumar y aún no me ha pasado nada, pero si notáis que el tono de los comentarios se va endureciendo durante estos días ya sabéis la causa. Tengo que cambiar un montón de rutinas/manías y tendré que ir discutiendo con los feligreses según vengan de vacaciones (al vicario parroquial creo que le mandaré esta misma noche a freír espárragos).

«“La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis, convidadlos a la boda.” Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales, reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?’ El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros: “Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.” Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos.» Hoy quisiera que meditáramos sobre este personaje que asiste pero no tiene traje de fiesta. Creo que una vez leí (alguna vez leo algo), que el cardenal Newman hablaba de este personaje como aquel que se acerca a la Iglesia, o está en la Iglesia desde pequeñito, pero no cambia su vida. Vive como si no estuviera en la boda, sigue con sus costumbres del mundo, sin cambiar en nada, de tal manera que parece que la fe no influye para nada en su vida. Es decir que después de ir al médico siguen fumando y todo, como si tal cosa (dos horas, ya llevo dos horas).  Personas con fe, que no dudan en decir que creen en Dios, pero no les afecta para nada: si hay que irse a vivir con la novia o el novio se van, si hay que abortar se aborta, los anticonceptivos están en la mesilla, la crítica no abandona su corazón, no perdonan, cuando el domingo no viene bien ir a Misa no se va y si hay que mentir se miente (de esas mentiras piadosas, claro). Los cristianos no tenemos que hacer ghettos ni corralitos, pero la levadura es distinta de la harina. Sin hacer cosas raras (lo raro es el pecado, escandalizará más ver a un joven santiguándose por la calle si pasa por delante de una Iglesia que uno que vaya enseñando las nalgas por la calle, pero que escandalice más no significa que sea raro), tenemos que mostrar al mundo el corazón nuevo que Cristo ha puesto en nosotros: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar.Y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos, y que guardéis y cumpláis mis mandatos.” Ese corazón se muestra cumpliendo los mandatos de Cristo (que son mucho más agradables que los del médico).

Madre nuestra, ayúdanos a vivir con un corazón nuevo. (Ya van tres horas y media sin fumar)