Cada vez me encuentro con más chavales que tienen menos ilusiones. Quieren cosas, pero no tienen metas. En esta sociedad tan materialista en que es tan relativamente fácil tener cosas, cada vez se tienen menos ideas de para qué tenerlas. Luchar por algo parece ilusorio, todo tiene que ser fácil pues fácilmente se pierde. Mientras escribo este comentario escucho al escalador César Pérez de Tudela que, hablando de la montaña, dice que el que no sufre no vive. Desde luego el alpinista no va a pedir a la montaña que se abaje, sabe que tiene que intentar llegar a una meta que no ha puesto él, sino que existe. Sin embargo quien se pone sus metas no suele querer sufrir por conseguirlas y si puede ser cuesta abajo, mejor que mejor.

“Uno le preguntó: – «Señor, ¿serán pocos los que se salven?» Jesús les dijo: – «Esforzaos en entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no podrán”. Muchos han pensado que la gratuidad de Dios es incompatible con el esfuerzo. Si la salvación es gratuita y no depende de mi, entonces la vida es simplemente dejarme llevar: lo que me agrada está bien y lo que me cuesta lo rechazo. Por eso ante las dificultades de la vida -que las habrá-, tenemos que acordarnos de la segunda lectura: “«Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos.» Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues, ¿qué padre no corrige a sus hijos? Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero, después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz. Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará.” A ninguno nos gusta la reprensión del Señor, que suele ser la humillación de que nos conozcan como somos, pero que nos indican el camino, nos muestran la meta a la que estamos llamados y nos alienta para seguir caminando.

No dudes que Dios está deseando salvarte. Pero una muestra de la Omnipotencia de Dios es que no puede hacer todo lo que quisiera si pasa por encima de nuestra libertad. Dios nos ofrece la salvación, a hora a nosotros nos toca acogerla. Quien no acoge la salvación, sino que la pone a su medida y a su gusto, entonces se despista de mirar a Dios, y después pasa lo que pasa: “Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”; y él os replicará: “No sé quiénes sois.” Entonces comenzaréis a decir. “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas.” Pero él os replicará: “No sé quiénes sois. Alejaos de mí, malvados.” Entonces será el llanto y el rechinar de dientes.” No es que Dios sea malo y les cierre la puerta, sino que ellos están llamando a la puerta para encontrarse con otro dios, uno más a su medida. Han desoído la llamada de Dios y se han buscado a sí mismos.

Hay que volver a querer salvarse. A buscar lo que Dios quiere de nosotros y luchar por hacerlo, aunque cueste. Tendremos la gracia de Dios para conseguirlo, no será cosa nuestra, pero seguro que nos costará pasar por la puerta estrecha y no irnos por la ancha.

Con María no tenemos nada que temer, cualquier esfuerzo se realizará y las ganas de la salvación y de estar con nuestro Dios y su Madre harán que cualquier esfuerzo parezca pequeño.