Hoy tendré que irme a hacer unos análisis de sangre. Iré andando, el hospital está solo a una medio hora andando de casa, y así aprovecho para hacer algo de ejercicio y bajar el triponcio. Lo malo de los análisis es que hay que ir en ayunas, así que nada de des-ayunar antes de ponerme a andar. Podría tomar algo (un vaso de leche, cinco magdalenas, un zumo de naranja, algo de panceta y tres huevos fritos), pero los análisis saldrían mal. Hay que llevar la sangre lo más filtrada posible para ver cómo está, si no se desvirtúa (algún médico me llamará animal, pero así me explico yo); de otra manera luego podrían diagnosticar un tratamiento que no corresponde con nuestra salud.

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que cerráis a los hombres el reino de los cielos! Ni entráis vosotros, ni dejáis entrar a los que quieren.

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito y, cuando lo conseguís, lo hacéis digno del fuego el doble que vosotros!

¡Ay de vosotros, guías ciegos, que decís: “Jurar por el templo no obliga, jurar por el oro del templo sí obliga”? ¡Necios y ciegos! ¿Qué es más, el oro o el templo que consagra el oro?» Muchas veces los pastores, predicadores, bloggeros y personas dedicadas al apostolado en la oración solemos dedicar estas palabras a otros: “¡Qué bien le vendría este texto a mi Obispo!”, “¡Mi párroco tendría que repasar el Evangelio de San Mateo!” etc. etc. Sin embargo la Palabra de Dios no se dirige para los otros, hoy me la tengo que aplicar yo (tu) a mi (tu) vida. Y tal vez tenga que exclamar: “¡Ay, Ay, Ay!, que estoy metiendo la pata.

Tiene que haber algún parámetro que nos ayude a descubrir si estamos predicando la Palabra de Dios u otra cosa; es decir, si nuestros análisis del Evangelio llegan en perfecto estado a la analítica o la hemos contaminado antes comiéndonos tres kilos de lentejas con chorizo y morcilla. Y ese indicador existe, aunque a muchos no les acaba de gustar, y ese indicador es la fidelidad a la Iglesia y al Magisterio. Es verdad, existen un montón de sacerdotes, teologuillos, nuevos profetas y gurús del kerigma que aplican estas palabras al Papa y a los Obispos. Pues que se las apliquen ellos que yo estoy convencido que el Papa se las aplicará y seguramente el Espíritu Santo será más exigente (como Padre más cariñosos), con él que conmigo. Así que dejemos que le Papa y los Obispos hagan su oración y nosotros hagamos la nuestra.

En ocasiones es muy difícil no contaminar el mensaje del Evangelio con nuestras preferencias personales o nuestros últimos estudios. Uno puede ser un apasionado de la familia y de los métodos naturales de regulación de la natalidad (lo que me parece personalmente un error), y ponernos a recomendarlos has a los que quieren tener otro hijo o a los que dejaron la menopausia atrás hace unas décadas. Cuando alguien dice (o digo): “lo fundamental del cristianismo es….” y detrás no dice Cristo, échate a temblar. Como es muy difícil el evitar esto por nosotros mismos tenemos que pedirle insistentemente a Dios Espíritu Santo para que sea Él el que diga lo que tenga que decir en cada instante. Nosotros mientras no molestemos mucho vamos bien.

La Virgen Madre nos enseña a que lo que salga de nosotros sólo sea Cristo. Ojalá así hagamos nosotros, sólo enseñar a Cristo.