El mes de agosto ya declina y muchas personas se reincorporan esta semana a su trabajo después de las vacaciones estivales. También pronto, en nuestro país, se iniciará un nuevo curso escolar. De alguna manera todos tenemos la sensación de “empezar de nuevo”. Por eso no es raro que nos planteemos proyectos o, simplemente, pensemos en qué nos va a deparar el nuevo curso. Y mientras escribo esto pienso en la crisis económica que dura mucho y qué empieza a dejar a demasiadas personas en la cuneta.

Sea cual sea la situación, el evangelio de hoy nos trae una importante palabra de Jesús: “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír”. El Señor pronuncia esas palabras atestiguando que es el Mesías que ha venido a traer la liberación de los cautivos, a proclamar el año de gracia del Señor. Con esas palabras Jesús nos señala cómo lo hace todo absolutamente nuevo. De hecho es su presencia la que hace que todo se cumpla; es decir, en Jesús se encuentra la realización, la plenitud de todo.

 Esta afirmación de Jesucristo podemos ponerla en relación con otra, descriptiva, del Evangelio de este día: “entró en la sinagoga, como era su costumbre los sábados”. La costumbre no se opone a la novedad. Desgraciadamente, en ocasiones, nuestras rutinas matan las posibilidades que se encierran en cada acontecimiento. Pero la costumbre no se opone al cumplimiento y al hoy de Dios.

 En el mismo sentido nos habla san Pablo en la primera lectura: “para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”. Ante el nuevo curso que se avecina ambas enseñanzas nos son muy útiles.

 Si nos apoyamos en nuestras solas fuerzas reducimos el horizonte de posibilidades. Podremos esperar muchas cosas, pero siempre serán finitas porque tenemos un límite que nos es infranqueable. La cerrazón del hombre sobre sí mismo es causa de muchas frustraciones, bien porque de antemano prevemos que no seremos capaces, bien porque pensando que podíamos más al final hemos de reconocer nuestra impotencia.

 Las lecturas de hoy nos invitan a regresar a la vida diaria, pero de una manera nueva. Nos dicen que sigamos acudiendo al trabajo, a las celebraciones litúrgicas, al gimnasio o a la compra como hacemos siempre, pero abiertos a la acción de Dios, apoyándonos en su poder. Es un ejercicio al que hemos de habituarnos cada día: poner nuestra confianza en Jesús sólo empezar el día, para que sea Él quien se muestra en nuestra vida; para que hoy se realice su redención en nosotros.

 Que la Inmaculada, en quien se refleja la bondad de Dios, nos proteja durante este día.