Hoy celebramos esta fiesta que en muchos lugares coincide con la fiesta patronal. Hoy, en efecto, se celebran muchas advocaciones marianas. No es extraño, porque, sobre todo en las llamadas “vírgenes encontradas”, coincide la celebración de la memoria de María con la conciencia de un pueblo de haber conocido a la Madre del Salvador. Al celebrar el nacimiento de la Madre de Jesús recordamos, también, como Dios es cercano a nuestra historia e interviene de manera continua en ella.

En el evangelio se nos presenta la genealogía de Jesús. Una manera de recordarnos que toda la historia es conducida por Dios. Así lo señala también san Pablo en la segunda lectura al decirnos que hay un designio eterno del Señor que atraviesa todos los tiempos y atiende a todos los hombres. Nada sucede por casualidad. Si en la genealogía aparecen hombres justos, miembros de Israel y extranjeros y también personas que cometieron pecados, lo que sobre todo se subraya es que nada impide que se cumpla la voluntad de Dios. A pesar de las acciones de los hombres, contando a veces con ellas, Dios realiza su plan.

Ahora bien, el Señor no quiere dejar al margen a los hombres, desea su colaboración. Es nuestra historia y Dios no quiere sacarnos de ella. No nos va a arrebatar nuestra libertad, aunque a veces la utilicemos mal. En ese proyecto aparece María, predestinada para ser la Madre del Salvador. Ella sí que es capaz de ponerse totalmente en manos de Dios y de secundar sin fisuras su designio salvador. Hoy recordamos su entrada en el mundo, como una gracia, un momento singular, la aurora de nuestra salvación.

Fijémonos que  en el Evangelio aparece también san José, su esposo. El ángel le encarga en sueños que acoja a María en su casa. Ella es portadora de un misterio que sobrepasa la capacidad de nuestra razón. José quizás piensa que él no debe participar de él, pero el mensaje del Señor es bien distinto. Lo que se le ha dado a María es en bien de todos los hombres, “porque él salvará a su pueblo de los pecados”. Por tanto se nos invita hoy, en esta celebración tan entrañable, de los hijos con su Madre, a recibir a María en nuestro corazón. Ella ha sido elegida por Dios, regalada con unas gracias muy singulares, en bien de todos los hombres.

En tantos pueblos y lugares que hoy es fiesta, se renueva la alegría por un don de Dios: María, que nos trae un regalo aún más grande: Jesús. Ella es preferida para que, a través de su sí, de su aceptación de la misión dada por Dios, todos nosotros podamos gozar de la preferencia que Dios nos tiene. Es una maravilla que muestra también la manera como Dios quiere intervenir en nuestra historia: salvándonos y haciéndonos portadores de su salvación a los demás.

San Pablo dice también que el Hijo es “primogénito de muchos hermanos”. Él Unigénito de Dios, el Hijo de María, se hace hermano nuestro por la encarnación. Nos da a Dios como Padre pero también nos deja a María como Madre. Por eso ella ocupa un lugar tan importante en nuestra formación y crecimiento espirituales. Alegrémonos en este día y bendigamos al Señor que ha hecho obras grandes en María.