Prov 3,27-34; Sal 14; Lu 8,16-18

Hermosas las palabras de los Proverbios, mas no alcanzan a reflejar la verdad de nuestra vida. El Señor maldice la casa del malvado y bendice la morada del honrado: bueno, sí, pero según y cuando, porque esa es una manera demasiado feliz y sencilla de ver las cosas. Y si no, que se lo pregunten a Jesús, o a su Madre, o a tantas y tantas personas que, al menos de primeras, querrían decir exactamente lo contrario. Porque esta ha sido una de las grandes batallas que atraviesa el AT. ¿Por qué el Señor abandona a sus fieles? Tan fácil que sería saber esto: tu casa es la del honrado, pues ya está, todo parabienes para ti. Pero no, el que sigue al Señor demasiadas veces es despreciado y su vida parece que acaba mal. Tenemos los Proverbios, escritos por gentes sabias, agudas y llenos de buenas intenciones en su doctrina, pero ahí está, sobre todo, el libro de Job, quien no comprende el trato que su Señor le presta, tan contrario a esas máximas triunfalistas, pero que no alcanzan lo que es nuestra realidad.

Es verdad que nuestro comportamiento no puede depender de si las cosas nos van bien; de si el Señor nos colma de bienes y dulzuras. Cuando no sea así, ¿negaremos un favor a quien lo necesita, despreciaremos al que es más pobre que nosotros? Muchas veces la vida de los santos es un puro secarral. Muchos, pero que muchos, son los santos que nos dicen cómo han debido soportar, con enormes pena, sin entender nada, años y años de sequedad espiritual, hasta la desmesura. Y nosotros, quienes pensábamos que ser santo era vivir en las dulzuras de la cercanía inmediata de un Dios que prodiga consuelos a los suyos, qué desilusión. Es verdad, ya lo sabemos, Dios sostiene y premia a los que más quiere, pero ¿esa inmensa sequedad es un premio? Sí, también sabemos que el Señor prueba a los suyos, pero ¿cómo soportar una prueba de este estilo, tan desgarradora? Señor de gracia y misericordia, sí, ¿también Señor de dulzuras?

Sin embargo, las cosas están muy claras, sean cualesquiera que quieran ser tus estados de ánimo, no niegues un favor a quien lo necesita. Pues la santidad no es un estado de ánimo —qué duro es pensarlo, qué duro es vivirlo—, sino una gracia del Señor.

Proceder honradamente, practicar la justicia, tener intenciones leales y no calumniar con la lengua, etc., nos canta el salmo, el que actúa así nunca fallará. La pequeña lección del aleluya se permite decirnos que alumbre así nuestra luz a las gentes, de modo que vean nuestras buenas obras y den gloria a nuestro Padre. El evangelio de Lucas insiste: seamos candil puesto en el candelero para que los que entran tengan luz. Tengamos, para que se nos dé más aún. Así, pase lo que quiera el Señor con las consuelos, sigamos el camino que el Señor nos traza. Sí, pero ¿cómo, Señor? ¿De dónde sacaremos las fuerzas para obrar así? No niegues favor a quien lo necesita, insiste el Señor, da el vaso de agua a quien tiene sed, y será entonces, no antes, cuando será el mismo Señor Jesús quien te dirá que a él mismo se lo has ofrecido.

¿Qué?, ¿insistir estoicamente por encima de cualquier sentimiento, porque esa es la obligación que nos impones? No, no puede ser. Seguiremos ese camino porque nos atraes hacia ti, Señor, con suave suasión.