Bueno, ya es el tercer día en silencio absoluto. Es cierto que en ocasiones puede ser un poco desesperante, pero no lo llevo mal de todo. Lo que sí he descubierto es que cuando le pones a alguien un papel diciendo que te han operado y no puedes hablar se empeña en gritarte y hablarte más despacio. Debe ser que creen que no puedes hablar porque te has vuelto imbécil o algo así. ¿Qué tendrán que ver las cuerdas vocales con el oído? Pero bueno, hay que comprenderlo. Igual que hay personas que llegan al máximo grado de solidaridad y tampoco hablan, se ponen a gesticular contigo, con lo cómodo que es usar la lengua. Pero en fin, la gente es buena y hace esfuerzos por entenderme.

« ¡Ay de ti, Corozaín; ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido, vestidas de sayal y sentadas en la ceniza. Por eso el juicio les será más llevadero a Tiro y a Sidón que a vosotras. Y tú, Cafarnaún, ¿piensas escalar el cielo? Bajarás al infierno. Quien a vosotros os escucha a mi me escucha; quien a vosotros os rechaza a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí rechaza al que me ha enviado.» Parece que Dios tiene mucho más difícil el hacerse entender que un operado de las cuerdas vocales. Y no será porque no nos ha dejado Palabras escritas y su misma Palabra hecha carne, pero parecemos incapaces de comprender. Dios nos habla bajito y nosotros le chillamos.  Es cierto que si el Señor nos hablase tan claro como a Job sólo podríamos responder como él:«Me siento pequeño, ¿qué replicaré? Me taparé la boca con la mano; he hablado una vez, y no insistiré, dos veces, y no añadiré nada.»

Como muy bien nos recuerdan los últimos pontificados Dios no se impone, se propone, y en libertad tenemos que acoger su Palabra y hacerla vida en nuestra vida. Por eso no hay que evitar esfuerzos para entender a Dios. Y para entenderle son necesarias ciertas actitudes previas:

– Lo primero la confianza. Sabes que Dios te quiere bien, que no está para fastidiarte, ni te ha creado para humillarte. En ocasiones no entenderemos sus actos, pero confiando comprenderemos que Dios hace las cosas porque nos quiere.

– Lo segundo la escucha. No podemos esperar a que Dios zarandee violentamente nuestra vida, además nos sentaría mal. Debemos permanecer ala escucha en los acontecimientos de cada día, y descubrir la voz de Dios en lo más rutinario.

– Lo tercero la humildad. Humildad para reconocer que lo que Dios nos dice a lo mejor no es lo que más nos gusta, pero solamente escuchándole y poniendo por práctica lo que nos dice llegaremos a ser felices.

Un ejemplo de confianza, escucha y humildad lo tenemos en santa Teresita del Niño Jesús y su camino de infancia espiritual. Me costó mucho años leer, y que me gustase, su  “historia de un alma” y ahora pocas cosas tan sencillas me parecen tan apasionantes.

También las vidas de la Virgen y de San José se resumen en escuchar y hacer. Ojalá nosotros también escuchemos y no intentemos gritar más que Dios.