El pobre vicario parroquial tiene que estar hasta las narices. La verdad es que hay pocas cosas más inútiles que un sacerdote que no puede hablar, concelebro la Misa sin hacerme notar demasiado, pero el pobre tuvo ayer que hacer seis bautizos (uno a uno, no nos caben más en el templo), celebrar dos misas y confesar, además de atender el despacho y a las madres de los trescientos niños de catequesis que no están de acuerdo con el día que les ha tocado. Mientras yo paso fichas de catequesis, miro, rezo y poco más. Pero bueno, son cosas de salud y no las podemos elegir. Además qué más va a hacer un sacerdote en un fin de semana si no es celebrar los sacramentos que están al servicio de los hombres. Es verdad que acaba uno cansado, pero no es para presumir. Simplemente, cuando toca bregar, tenemos que decir: “Somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer. ”

“El injusto tiene el alma hinchada, pero el justo vivirá por su fe.” El alma hinchada es la de aquel que piensa que él lo hace todo. Hace cosas por Dios (reza, le dedica su tiempo, ayuna alguna vez e incluso se mortifica un poquitín). Hace cosas por los demás (colabora en alguna actividad caritativa, incluso puede ayudar en la parroquia). Y sufre mucho y se queja en consecuencia (no tengo tiempo para mí, siempre estoy pendiente de los otros, me hacen falta unas vacaciones,…) Uno se va hinchando, como un globo, hasta que empieza a volar y sólo se ve a él. Ve a los demás muy pequeñitos comparados con él mismo, subido a su altura. Se va creyendo poco a poco superior (aunque nunca lo reconocerá), y juzga a los otros como inferiores, menos entregados que él. Se va dando cuenta de todo lo que hace y se va olvidando de todo lo que Dios hace por él.

El que vive de la fe es el justo, es decir, aquel que sabe situar en su justo punto lo que Dios hace por él y entonces “reaviva el don de Dios que ha recibido” y lo pone en práctica. No siente que esté haciendo nada extraordinario pues “Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio”, que se pone manos a la obra. Sabe que su fe es pequeña como un grano de mostaza, pero que es mucho más de lo que uno puede ganar por sus méritos. Si uno acaba el día cansado es porque ha puesto en juego lo que ha recibido, y el Señor volverá a darle fuerzas para el día siguiente. Puede decir con San Pablo: “Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según la fuerza de Dios”. Es cierto que los trabajos son duros, superan nuestras energías, pero los hacemos con la fuerza de Dios. El sacerdote (o el cristiano), que está siempre quejándose, escaqueándose de lo que hay que hacer, buscando la comodidad, ese es que reza poco y sólo trabaja con sus fuerzas, que son escasas. Si nos pasa eso tenemos que pedir al Señor que nos aumente la fe, que centre nuestra vida, que nos demos cuenta de quién nos hemos fiado y por quién damos la vida. Pobres siervos, per de tan gran Señor.

La Virgen tomó parte, como co-protagonista, de los duros trabajos del Evangelio, una espada traspasó su alma, peor sabía que el Señor había mirado la humillación de su esclava…, y no hay mejor mirada que esa. Dejémonos mirar por Dios, pobres siervos pero jamás pensamos ser tan ricos..