Ayer fue todo casi según lo previsto. Estuvimos en Zaragoza, tuvimos reunión con los arquitectos, celebré Misa en el Pilar, un ratito de oración en la Basílica también por la tarde, e incluso me dio tiempo a ver a un amigo de la infancia. Pero a la hora del regreso calculamos mal el tiempo, los semáforos se pusieron en nuestra contra y llegamos sólo dos minutos antes de la salida del tren. Normalmente es suficiente, pero como nuestros billetes eran de oferta no nos dejaron pasar, hubo que sacar unos nuevos billetes y salir 50 minutos más tarde. Más se perdió en la guerra de Cuba, pero se ve que las ofertas tienen mucha cara y mucha cruz. Al final llegamos, que es lo importante, aunque hoy haya un poco más de sueño.

“Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros. Pero, si otro más fuerte lo asalta y lo vence, le quita las armas de que se fiaba y reparte el botín. El que no está conmigo está contra mí; el que no recoge conmigo desparrama.” El Señor no se anda con ofertas llenas de letra pequeña. El Evangelio se puede publicar con letra muy grande. Jesús no dice nada a escondidas, como les gustaría a los gnósticos y a los códigos Da Vinci. Dios habla muy claro, porque habla para nosotros. El demonio engaña pues habla para sí mismo. Escribiendo de hablar, en un rato voy a celebrar la primera Misa solo después de diez días sin decir ni mú (que para eso uno no nació vaca), a ver qué voz me sale y cuántos “gallos” proclamo. Pero volviendo al Evangelio. O con Dios o contra Dios, o recogemos con Cristo o tiramos nuestra vida a la papelera.

Y Dios nos admite siempre, incluso unos segundos antes de que parta el tren de nuestra vida. No hay que esperar hasta el final, eso no es bueno, incluso podemos equivocarnos de estación y eso ya no es culpa de Cristo. Mientras vivimos en esta vida es buenísimo aferrarnos a Cristo, confiar en Él, escuchar su Palabra y llevarla a la práctica.

¿Con quién nos vamos a ir si no es con Dios?. Que María nuestra Madre nos mantenga siempre en su familia.