Cuando leo un libro (cosa rara, ¡je!), y más cuando me gusta me pongo a recomendarlo. Ayer terminé “Cuando fui skin”, el relato de la juventud de un sacerdote que estuvo metido en bandas de ultraderecha. Me costó comenzarlo (me interesan bastante poco las vidas de los otros), pero poco a poco te va cautivando. Sin duda, a mi entender, uno de los relatos más conmovedores que tiene el libro es el momento de su primera confesión. Va a confesarse casi en plan de vacilar al sacerdote, de quitarse de la cabeza eso de que Dios pudiera perdonar una vida tan atribulada. Empieza medio de broma y poco a poco va sacando toda su vida fuera, durante tres horas y acaba desmayado, en el suelo y recibiendo llorando la absolución. A partir de ahí empieza a cambiar. Te dan alegría esos párrafos del libro pues las páginas anteriores son de angustia, soledad, odio hasta que llega a la dicha.

“En aquel tiempo, mientras Jesús hablaba a las gentes, una mujer de entre el gentío levantó la voz, diciendo: -«Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron.» Pero él repuso: -«Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. »” Es curioso lo de ser dichosos. Decimos en seguida que todos queremos ser felices, pero en ocasiones hay personas que no conocen la felicidad y, por lo tanto, no la buscan. No es que no hagan cosas que les gusten, pero ignoran lo que es ser feliz. tal vez les suene a un recuerdo de infancia, a un pasado borroso, a una vida sin preocupaciones; pero no son felices ni se acuerdan de haberlo sido, fuera de un vago recuerdo. Es triste hablar así, pero cada día conozco a más jóvenes que no son, ni han sido nunca conscientemente, felices. Por eso hablarles de ser felices les suena a chino mandarín con acento sueco. Sólo cuando se encuentren con Cristo, con su misericordia y su abrazo, descubrirán lo que es la alegría y se preguntarán cómo han podido vivir tanto tiempo sin conocerla y seguirla. Pero en ocasiones ofrecerle a alguien nuestra alegría es como lanzarle una pedrada a la cabeza o un escupitajo entre los ojos. No entienden nada y les parece algo estúpido y nada envidiable. En ocasiones he oído a sacerdotes decir: “Tú has esto si te hace feliz”…¡Pero cómo va a hacerlo si no tiene ni idea de lo que es la felicidad!. Muchos conocen el placer, el morbo o el morro, la comodidad, pero no saben lo que es la felicidad.  Su ideal de felicidad está puesto en tener algo de sexo -sólo o acompañado-, dormir 14 horas, beber hasta que no te enteras que tendrías que decir basta, tener dinero, y demás tonterías y superficialidades. Eso y el ser dichoso tiene poco que ver. Por eso no vale decirle: “Confiésate y serás feliz”. “Reza y cambiará tu vida”. “Acércate a Cristo y verás como te lo pasas”. No, no llegan a entenderlo pues lo que buscan no es la felicidad sino lo que ellos entienden por felicidad. Eso es un momento como llevar en su vientre al Salvador y amamantarlo. Eso le pasó a una mujer una vez en la historia de la humanidad y su experiencia no la conocemos nosotros.

Por eso Cristo le da la vuelta al argumento y dice:«Mejor, dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen. » Es decir, que primero escuchan, luego hay quien les habla, y en ese que les habla se encuentran con la alegría. Alegría que no es la nuestra, la que nosotros pensábamos, sino que nos supera e invade. Y la única manera de no dejar escapar esa alegría es cumplir lo que esa palabra nos dice, por eso no es un cumplimiento victimista de oveja llevada al matadero, sino un cumplimiento pronto y alegre.

Ojalá todos conociésemos la alegría, ojalá pidamos para que todos la conozcan. La Virgen María trasmitió su alegría de escuchar la Palabra, cumplirla, llevarla en su seno y darla de mamar, viéndola crecer en sus brazos. Por ello es experta en mostrarnos la alegría, seguirla o no depende de nosotros.