En el Evangelio leemos estas palabras de Jesús: «Al que hable contra el Hijo del hombre se le podrá perdonar, pero al que balsfeme contra el Espíritu Santo no se le perdonará.». Juan Pablo II, dijo de este texto que «las podríamos llamar las palabras del no-perdón.»

El Catecismo, sin embargo, enseña que «No hay ninguna falta por grave que sea que la Iglesia no pueda perdonar. No hay nadie tan perverso y tan culpable, que no deba esperar con confianza su perdón siempre que su arrepentimiento sea sincero» Así pues, ¿Por qué la blasfemia contra el Espíritu Santo es imperdonable? ¿Cómo es posible que exista un pecado que escape a la misericordia divina?

El mismo Juan Pablo II, siguiendo a Santo Tomás nos da la respuesta: «la blasfemia no consiste en ofender con palabras al Espíritu Santo; consiste, por el contrario, en el rechazo de aceptar la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo, que actúa en virtud del sacrificio de la cruz«. Por eso encontramos que Jesús dice eso justo después de hablar de quienes lo nieguen.

Parece, pues, que el pecado (blasfemia) contra el Espíritu Santo consiste en una negación de esa remisión de los pecados. Se peca contra El cuando renunciamos a ser perdonados. Esa renuncia que puede tener dos orígenes diametralmente opuestos consiste siempre, en el fondo, en reivindicar un pretendido derecho a «perseverar en el mal». Puede darse la blasfemia porque dudamos del poder infinito de la misericordia divina (lo que lleva a la desesperación) o bien porque abusamos de ella. Por eso en la blasfemia contra el Espíritu Santo se da la negación de dos aspectos de la verdad: «la verdad del amor de Dios y de su perdón» y «la verdad de nuestro pecado».

Vemos pues que la naturaleza de este pecado no consiste en transgredir este o aquel mandamiento. Ni siquiera puede descubrirse en una acción especialmente repugnante. La blasfemia de que habla Jesús es la cerrazón ante la misericordia divina. Se trata, auténticamente, de un no querer ser perdonado. Y eso no por voluntad de Dios sino por causa del hombre. En el lugar citado el Papa compara el pecado contra el Espíritu Santo con la dureza de corazón que, en nuestro tiempo, se identifica con la pérdida del sentido del pecado y, por ello, con el oscurecimiento del sentido de Dios.

Por otra parte, el evangelio de hoy nos muestra que hemos de vivir confiando en la acción del Espíritu Santo. Frente a la tentación de construir nuestra propia defensa, que puede referirse a muchos aspectos de nuestra vida, están las palabras del Señor. No debemos temer, ni siquiera si somos conducidos ante los magistrados o las autoridades. La vida abandonada en Dios, en la que la acción de su gracia se va mostrando cada vez con más plenitud, nos abre a un horizonte de grandes obras y de enriquecimiento espiritual. Lejos de vivir en el temor, nos dejamos modelar totalmente por Él. Por eso podemos fiarnos de lo que nos dice Jesús: “el Espíritu Santo nos enseñará en aquel momento lo que debéis hacer”. Y aquel momento es cualquier momento, cada acción de nuestra vida.