Flp 3,17-4,1; Sal 121; Lu 16,1-8

¿Nos atreveremos a decir lo mismo? Porque siempre pronunciamos una obviedad: debemos seguir a Cristo y parecernos a él. Claro, sin duda. Pero alguno de nosotros se atreverá a decir a los demás: seguid mi ejemplo. Es verdad que podríamos entenderlo como aquel insensato que se presentó en el templo allá adelante a decirle a Dios: aquí me tienes, tan majo que soy, no como aquel que se esconde en el fondo tras la columna. Ese no es Pablo, pero si se atreve a decir: seguid mi ejemplo. ¿Por qué? Porque sabe que el Señor está con él y le ampara, por eso puede decirnos que vayamos alegres con él a la casa de Señor. ¿No somos santos? Entonces, ¿cómo no podrían los demás seguir nuestro ejemplo?, ¿cómo no podríamos pedirles que lo hicieran? Mas veo que nos tiemblan las carnes ante esto que nos parece una osadía increíble. Pues ¿de verdad que somos justos? Por supuesto que no lo somos mirándolo en la escena de los dos que suben al templo, pero ved quién sale de allá justificado. Ese puede decir a sus hermanos con toda humildad: sed como yo, haced lo mismo que he hecho, escondiéndome allá en la última columna y dándome golpes de pecho. Haced lo mismo que el Señor, quien es misericordioso y es él quien os justifica. No yo, con mis obritas y meritillos, ni siquiera yo con mis golpes de pecho. Es él, el Señor, quien me justifica, es él quien pone algunos aspectos de lo que somos para ejemplo de los hermanos, también santos como nosotros. Porque el Espíritu del Señor está sobre nosotros y, como sabemos bien, todo depende de nosotros, cuando todo pende de él.

Pablo lo dice con lágrimas en los ojos, pues ve que muchos se alejan de la cruz del Señor, haciéndose enemigos de ella. ¿Pecadores nosotros? Sí, seguramente sí; pero no, nunca, enemigos de la cruz de Cristo. Anhelamos la cruz, aunque demasiadas veces, ¿siempre?, aspiremos más aún a las cosas terrenas y nos dejemos llevar por ellas, arrastrados por nuestra vísceras. Porque nosotros, con Pablo, ya ahora, ya desde acá, somos ciudadanos del cielo. Curiosa contradicción de Pablo, pues siendo desde ahora vecinos del cielo, sin embargo, esperamos todavía que nos venga de allá el Salvador. Paso que parece pura contradicción entre un allá que vivimos desde acá y un allá que viene a nosotros para salvarnos, en el que nuestro cuerpo humilde se transforma en cuerpo glorioso como el suyo. Seguidme nos dice Pablo. Y nosotros decimos a nuestros hermanos: venid conmigo en esa transformación maravillosa. Os puedo enseñar el camino, aunque yo mismo ande tan poco adelantado aún en esa transformación, mas contando siempre con la esperanza de ser finalmente salvo, como tú, por pura gracia; la salvación es para todos.

Por eso, ya desde ahora, vamos contentos a la casa del Señor. Pablo y yo. Tú y yo. Un camino que, por su ternura, cambia nuestras propias interioridades; cambia nuestra vida transformándonos ya desde ahora en santos de Dios. Seguid mi ejemplo, por tanto, aunque esté en trance de vivir esa transformación de mi cuerpo, como vosotros. Animémonos los unos a los otros. Subamos juntos al monte del Señor.

¿Qué cálculos echaremos? Los del perdón, los de la misericordia, los de borrar el pasado de quienes nos deben. ¿Seremos así administradores injustos? Si él fuera dueño injusto, sin duda. Pero él es perdonador hasta dejarnos pasmados. Y nosotros seguiremos sus pasos en ese perdón: seguid nuestros pasos.