Ayer cuando llegué al centro de reclusión de menores a celebrar la Misa del Domingo iba dispuesto a hablarles del Evangelio del día, estaba inspirado, incluso gracioso. Pero antes de empezar me dijeron algunos de los internos que esa mañana les habían puesto un documental sobre los curas pederastas. Por supuesto quedaba la Iglesia y los sacerdotes pringando. Se ve que no había mejor tema formativo para estos chavales que hablarles de lo pervertidos que son los curas y la de mentiras que dice la Iglesia. Eso me hizo cambiar el tema de la predicación y no ser nada graciosillo. Hasta el educador que leía atentamente su revista “Muy Interesante” durante la Misa dejó un rato de leer. Los escándalos en la Iglesia -aunque se magnifican y deforman-, no pueden dejarnos indiferentes ni podemos darles la espalda. Tal vez sean las palabras más duras del Señor las que se refieren al escándalo.

«Es inevitable que sucedan escándalos; pero ¡ay del que los provoca! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado.» No entiendo lo que pasa por la cabeza y el corazón de un delincuente y mucho menos cuando este es un religiosos, un sacerdote. Qué de dobleces debe tener ese corazón para pronunciar con sus manos las palabras de la consagración y hacer un milagro y después destrozar la misma obra de Dios en sus criaturas. No se puede permitir. Ofende a Dios, a la Iglesia y a los hombres. Ante cualquier delito de ese estilo no hay que dudar en denunciarlo. Por supuesto siempre tendrá la misericordia de Dios y el perdón de la Iglesia si se arrepiente, pero tendrá que rendir cuentas a la justicia humana y enmendar en lo posible los daños.

En la Iglesia no desconocemos la debilidad y el pecado, contamos con ellos, son inevitables. Pero no significa que sigamos mirando extrañados el misterio del mal. Parece que el mal es arrollador, contagioso e invencible. Pero también sabemos por la fe que el mal ha sido vencido, que es aplastado por la fuerza de la cruz. Por eso cuando conocemos y tenemos certeza del mal que hay en el mundo tenemos que pedir a Dios que nos aumente la fe. Tiene que ser una petición diaria, constante. No podemos contentarnos con una fe “para ir tirando”, tenemos que ser capaces de creer y confiar a pesar de las dificultades, persecuciones, escándalos y maldades. Es cambiar la mirada, para poder decir como ayer el Papa a los niños enfermos en Barcelona: “Queridos niños y jóvenes,me despido de vosotros dando gracias a Dios por vuestras vidas, tan preciosas a sus ojos, y asegurándoos que ocupáis un lugar muy importante en el corazón del Papa. Rezo por vosotros todos los días y os ruego que me ayudéis con vuestra oración a cumplir con fidelidad la misión que Cristo me ha encomendado. No me olvido tampoco de orar por los que están al servicio de los que sufren, trabajando incansablemente para que las personas con discapacidades puedan ocupar su justo lugar en la sociedad y no sean marginadas a causa de sus limitaciones. A este respecto, quisiera reconocer, de manera especial, el testimonio fiel de los sacerdotes y visitadores de enfermos en sus casas, en los hospitales o en otras instituciones especializadas. Ellos encarnan ese importante ministerio de consolación ante las fragilidades de nuestra condición, que la Iglesia busca desempeñar con los mismos sentimientos del Buen Samaritano.” Descubrir en lo que para algunos es feo y malo una oportunidad de vivir la bondad y la misericordia de Dios es  cambiar el corazón. Y denunciar los escándalos, ofreciendo a la vez el poder cambiar de vida sólo lo consigue la fuerza de la cruz. Hay que rezar mucho, expiar mucho, pedir mucho perdón y tomar parte en los duros trabajos del Evangelio, siempre sin desanimarse.

Ponemos en manos de nuestra Madre la Virgen todos los que han sido escandalizados por los hijos de la Iglesia y también a todos aquellos que tienen que hacer penitencia y volverse a Dios.