Ayer estuve rezando y acompañando a una familia amiga, cuya madre murió repentinamente a la edad de 62 años. Siempre impresiona la muerte y cuando es en un momento, ahora estás, ahora no estás, es sin duda desconcertante. Pero cuando se va asimilando poco a poco la certeza de la muerte el marido decía: “Sólo queda rezar”. Es cierto. Hay muchos que le piden a Dios explicaciones, otros preferimos encomendar a las manos de Aquel que es más fuerte que la muerte a los seres queridos. Muchas palabras sobran, sólo queda rezar.

«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» La petición de la viuda, insistente ante el juez inicuo da sus frutos por el miedo del juez, las que hacemos ante Dios dan sus frutos por el amor que Dios nos tiene. Ya casi en la mitad de este mes de noviembre viene muy bien que recordemos el rezar insistentemente por nuestros difuntos. Ofrecerles Misas, oraciones, ayunos y limosnas. Lucrar indulgencias por ellos y tener la certeza de que Dios nos escucha y no solo es bondadoso, sino que está deseando que todos estemos en su presencia.

Hace falta ser constante como la viuda, rezar sin desfallecer. Para muchos la oración no es “efectiva”, da pocos resultados. Eso se suele pensar cuando se ha rezado poco constantemente. No se trata de pasarse una tarde de rodillas delante del Sagrario o de llorarle a Dios desconsoladamente. La oración es como la lluvia fina, va calando en la tierra, poco a poco. Nos va dando esa confianza en Dios. Sabemos entonces que Dios no defrauda, que nos quiere muy bien. Y esa confianza nos lleva a la gratuidad de la oración. Es gratuita pues no exigimos nada a Dios, sino que le confiamos nuestra vida y la de aquellos que llevamos a nuestra oración. Es cierto que, en ocasiones, hay que elevar más la voz, hacer algo extraordinario, pero con la confianza en que Dios no deja de escucharnos.

Hombres y mujeres, niños y jóvenes de oración. ¡Ojalá sea así la Iglesia del Siglo XXI! El que reza sabe darse, entregarse, vivir la caridad que no pide cuentas ni hace chantajes.

La mejor embajadora de nuestra oración es nuestra Madre la Virgen. Ella nos ayudará a mantener la fe y que Cristo la encuentre, encendida y pronta, cuando vuelva. Una oración hoy en la Misa por todos nuestros difuntos.