Ayer tuve reunión con las catequistas de tercer año de infancia. Empezamos a programar las fechas para las primeras comuniones, confesiones y algún bautizo. Fijamos los días y esta tarde haré un sorteo para comunicárselo a los padres. Una de nuestras maravillosas indefiniciones es que no tenemos ni idea de dónde se celebrarán las comuniones. Lo que es seguro es que la estructura modular (barracón para los amigos), no estará -al menos en la ubicación actual-, y en su lugar espero que haya un gran agujero o una estructura de hierro y hormigón levantándose. Las catequistas preguntaban ayer (y las madres me exigirán hoy) “¿Dónde se va a celebrar la primera Comunión?” Pues la verdad es que no lo sé y tampoco me preocupa demasiado. Será en un sitio digno, donde celebremos la Eucaristía cada día. Lo que suceda ese día (bueno, esos cinco días, que son casi 100 niños) me es bastante indiferente, me preocupa más la catequesis de mañana. Pero casi todos tenemos la manía de querer ser futurólogos y adivinar el futuro. Vivimos tan pendiente del futuro  que se nos escapa el presente. El otro día le explicaba a un chaval la diferencia entre pre-parar algo (que es pararse para ver cómo lo voy a hacer) y pre-ocuparse (que es ocuparse por cosas que aún no han ocurrido y normalmente ponerse en lo peor). Las cosas hay que prepararlas, pero no nos tienen que preocupar.

“Yo, Juan, en la visión vi en el cielo una puerta abierta; la voz con timbre de trompeta que oí al principio me estaba diciendo: «Sube aquí, y te mostraré lo que tiene que suceder después.»” Muchos litros de tinta se han usado para intentar saber el futuro que nos presenta el libro del Apocalipsis. Pero a los que les preocupe mucho el futuro hoy tienen que leer el Evangelio: “En aquel tiempo, dijo Jesús una parábola; el motivo era que estaba cerca de Jerusalén, y se pensaban que el reino de Dios iba a despuntar de un momento a otro.” Leamos la parábola. Cuando el hombre vuelve con el título real lo que se dedica hacer no es algo nuevo, sino que recoge la vida de cada uno de los empleados. Quien esté preocupado por el futuro más le valdría prepararse para vivir el presente. Quien guarda su vida “ a ver qué pasa”, la pierde. Sin embargo quien vive esta vida con intensidad, amando a Dios y a los demás por Dios, la gana. No podemos caer en la idea de un Dios caprichoso, dispuesto a fastidiarnos. Dios nos ha dado cada onza de oro de nuestra vida, todos los dones y gracias que necesitamos para ser santos y dar fruto. Ahora lo nuestro es ponerlo en juego. Esto es como el matrimonio. No puedes ponerte a preparar las bodas de oro nada más casarte si no estás dispuesto a entregarte del todo al otro y estar pendiente de el o ella cada día. Tampoco el sacerdote debería soñar con la mitra si no está dispuesto a hacer en cada momento lo que Dios le pide por el bien del pueblo que le ha sido encomendado.

“Muy bien, eres un empleado cumplidor; como has sido fiel en una minucia, tendrás autoridad sobre diez ciudades.” No podemos actuar por la recompensa, sólo por fidelidad y por amor a Aquel que nos lo ha dado todo. Pero el Señor se pasa en generosidad.

Que María la Virgen madre confiada, nos ayude a no estar todo el día preocupados, sino que nos paremos y preparemos para dar gloria a Dios.