Las lecturas de hoy me han recordado una película, basada en una novela, titulada El festín de Babette. Una mujer que había huido de la revolución francesa fue acogida por una comunidad protestante en un país nórdico. Eran buena gente, pero vivían tristemente. De hecho tampoco acababan de quererse del todo. Pues bien, a aquella mujer un día le tocó la lotería y, ¿qué hizo? Se lo gastó todo en preparar un banquete suculentísimo que transformó el corazón de todos los habitantes de la aldea. Tenía el talento y se le unió la fortuna. El caso es que todo lo que recibió lo ordenó a hacer más feliz la vida de su prójimo.

En las lecturas de hoy también se nos habla de banquetes. Isaías nos remite a uno que habrá al final de los tiempos y que es una imagen de la paz universal que nos dará el Señor. Las imágenes aluden a la desaparición de todo dolor. El Señor, con los ricos manjares, mostrará su cercanía a los hombres que podrán compartir la vida definitiva con Él. Es todo una figura del cielo. El banquete, comer juntos, evoca también la felicidad de la amistad. Nos gusta permanecer con las personas que queremos y no pocas veces lo hacemos alrededor de una mesa. ¡Cuánta gente estos días no piensa ya en las comidas que celebrará con motivo de las fiestas navideñas! Algunas serán con familiares y otras con compañeros de trabajo o amigos. Los alimentos puestos en común señalan la unión de la amistad.

El banquete eterno es anticipado en otro. Lo vemos en el evangelio de hoy. Jesús alimenta a la multitud hambrienta que le sigue. Lo hace mediante un milagro en el que multiplica los panes y los peces. Es una figura de la Eucaristía. Fijémonos en que Jesús los alimenta porque se compadece de ellos y no quiere despedirlos en ayunas. De alguna manera quiere prolongar su compañía comiendo con ellos. En la Eucaristía el Señor prolonga a diario su presencia con nosotros en lo que se ha llamado “sagrado banquete”.

Jesús les da de comer, pero sobre todo les muestra su afecto. Antes se nos ha dicho que el Señor realizaba milagros. No bastan esos signos para expresar su amor a los hombres. No es sólo que Dios venga al mundo para solucionar los problemas o frenar los efectos del mal. No, hay algo más, quiere estar con nosotros. De ahí que mande que la gente se siente en el suelo. Que orden tan hermosa: quiere que se sienten para estar con ellos, para permanecer juntos en aquel lugar; para darles de comer.

Meditando sobre estos textos podemos descubrir cosas interesantes para nuestra vida espiritual. Quizás en ocasiones hacemos cosas buenas por los demás, porque nos sentimos como obligados, pero no tenemos la experiencia de gozar estando a su lado. El verdadero amor, que nos es dado por Dios, nos lleva no sólo a querer el bien de nuestro prójimo sino también a gozar con sus presencia. Parece que algo de esto hay en la vida eterna: gozarnos todos en la presencia de Dios.

Que la Virgen María nos ayude a purificar nuestro corazón para recibir al Señor y acoger su salvación.