Sof 3,1-2.9.13: Sal 33; Mt 21,28-32

No obedecimos, no escarmentamos, no confiamos en el Señor, no nos acercamos a nuestro Dios. ¡Ay de nosotros! Entonces, sólo entonces, será cuando se purifiquen nuestros labios e invocaremos todos el nombre del Señor. ¿Cuándo, Señor, cuándo? En el futuro será cuando los fieles dispersados le traeremos ofrendas. Aquel día será todo distinto. Pues entonces no nos avergonzaremos de nuestros pecados contra él, porque los arrancará de nuestro interior. Nada de soberbias ni bravatas. Aquel día. ¿Qué pasará aquel día que nos llega en el futuro adviniente? El profeta nos lo anuncia: quedará un pequeño resto en medio de nosotros, y este sí confiará en el nombre del Señor. No cometerá maldades ni dirá mentiras. El pequeño resto de Israel, que estará en medio de nosotros.

Dios mío, ¿estaré en ese pequeño resto, o quedaré fuera para siempre en las tinieblas exteriores? Es verdad, tú eres, Señor, quien elegirás a tus pequeñines, pero ¿formaré parte de ellos? ¿Cómo podría ser así? El salmo nos enseña la manera: si el afligido invoca al Señor, él lo escucha. Porque no estarán incluidos en ese resto los orgullosos, los seguros de sí porque sus méritos sobrepasan su propia cabeza. ¿Cómo, Señor, serán entonces los pazguatillos, los humildes, los que apenas saben articular palabras, los que no cuentan entre los poderosos?, ¿estarán entre ellos los pecadores, los que saben que no pueden acercarse a ti si no es de lejos, subiéndose a la higuera, como Zaqueo, pues era demasiado pequeño?, ¿serán entonces los que reconocen su lejanía de ti, los que no se atreven a mirarte si no es avergonzados, apretujados, escondidos? ¿Esos serán los que formarán tu pequeño resto? ¿Cómo es posible? ¿Quedarán fuera los orgullosos, los que tienen motivos para serlo, mientras que entrarán los atribulados, los abatidos, los que con vergüenza enseñan sus pústulas sólo al Señor, atreviéndose a hacerlo desde lejos, desde muy lejos? Porque es a estos a los que redime el Señor; porque es a estos a quienes salva. Es verdad, no será castigado quien se acoge a él. Este sí, pertenecerá al pequeño resto que Sofonías nos profetiza para el futuro que está haciéndose presente hoy entre nosotros.

Ven, Señor, y no tardes, perdona los pecados de tu pueblo.

Con la habilidad pasmosa que tiene Jesús para inventarse esos cuentecitos maravillosos, las parábolas, se lo dice a los poderosos, a los que mandan, a los que siempre creen poder mangonear en las cosas de Dios y de su pueblo, sin darse cuenta de que el reino de Dios es suyo y no cosa nuestra. Es su viña. Nosotros trabajamos en ella. Pero ahí Jesús distingue con enorme inteligencia. Uno, el primero, quizá el mayor, al requerimiento del trabajo, dice: voy, y no va. Mientras que el segundo, quizá el pequeño, dice: no iré, pero sí va. Las palabras del primero eran mentirosas, puro engaño para quedar bien ante su señor; pero luego, en el día a día del seguimiento, elige sus propios intereses, los trabajos que son los suyos, importándole un bledo la viña de su señor: total, ni se va a enterar, es tan lejano, nos importa tan poco. Cree resolverlo todo con sus palabrinas. Voy, pero no va. Las palabras del comentario de Jesús son salvajes, aguzada espada de dos filos, como tantas veces, porque no se anda con chiquitas: publicanos y prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. ¡Y nosotros que decíamos ser tan buenos en nuestro camino!