El domingo siguiente a Navidad, este año al día siguiente, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia. Estos son días muy familiares, en los que nos juntamos con hermanos, cuñados, padres, sobrinos y todos los que, en ocasiones, se nos hace difícil ver por el ajetreo de la vida. Es una maravilla cuando las familias se llevan bien, y un desastre cuando hay conflictos. Pero hoy vamos a ser positivos, vamos a fijarnos en las familias no sólo bien avenidas, sino que realmente se quieren. La familia suele compartir el día a día, las circunstancias de cada momento, corrientes y vulgares,  y las extraordinarias cuando se cruza en nuestra vida la muerte, la enfermedad o reveses de la fortuna. Para ver a la familia no hace falta echar una instancia ni buscar una excusa especial. Siempre está ahí y se puede contar con la familia en todas las circunstancias.

“Cuando se marcharon los magos, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: – «Levántate, coge al niño y a su madre y huye a Egipto; quédate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.» José se levantó, cogió al niño y a su madre, de noche, se fue a Egipto y se quedó hasta la muerte de Herodes.” A San José le toca hacer de padre de una familia, y no duda en ponerse al servicio de María y del Niño. Dios ha querido ser familia trinitaria y familia humana. La familia es la primera escuela donde aprendemos a querer y dejarnos querer, donde aprendemos el perdón, la entrega, la generosidad, la gratuidad, la alegría, la constancia. Nuestra familia nos hace en gran parte como somos. Por eso Dios ha querido ser familia, por eso la Iglesia no se entiende si no se ve como una familia.

Y es en la familia en la que aprendemos a conocer y a tratar a Dios. Conozco a un chaval cuya máxima ilusión sería matar a su padre, y le cuesta mucho comprender a Dios como Padre, se haca más la idea de un Dios justiciero. Sin embargo con otros, con la mayoría, descubren a Dios en sus padres, en su entrega, en su cariño. El descubrir a los padres, después de la crisis de la adolescencia, es algo maravilloso. Muchas veces, cuando los jóvenes deciden casarse e irse de casa, es cuando descubren la grandeza del padre y de la madre. Se pasa de la admiración infantil a la admiración madura. Se da uno cuenta que los padres no son como propietarios de tu vida, sino que su alegría es que crezcas y te manejes por tu cuenta. Y entonces es cuando vas descubriendo la cantidad de recursos que tus padres han ido sembrando en ti y comienza el agradecimiento.

Cuidemos nuestras familias. Que cada hogar cristiano sea una imagen de la Sagrada Familia. “Como elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada. Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón.” ¡Qué grandiosa es la familia! No dejemos que se pierda o se desvirtúe nunca.

Que la madre de Dios y San José bendigan hoy especialmente cada uno de vuestros hogares.