Jesús llama a Mateo, quien inmediatamente lo deja todo y le sigue. Es uno de los textos que narran el encuentro de Jesús con hombres y mujeres concretos. Es Jesús quien viene a buscar al hombre y lo llama. A la libertad humana le es dejada la posibilidad de responder afirmativamente al Señor. Mateo era cobrador de impuestos y servidor, por tanto, del Imperio Romano. Los publicanos tenían mala fama y eran considerados por los judíos practicantes (los fariseos), como pecadores. Pero Dios no llama en virtud de la santidad humana, sino por su libre designio. La santidad será consecuencia del seguimiento de Jesús.

Jesús se hace el encontradizo con el hombre en cualquier momento. Así lo muestra el Evangelio de hoy. Mateo fue rescatado de su vida cotidiana por la llamada de Jesús y, como sabemos, llegó a ser Apóstol y Evangelista. Desde el prejuicio humano, manifestado en los fariseos que murmuran contra Jesús porque come con pecadores, la conversión de Mateo era imposible, porque ellos veían la santidad como resultado de sus propias fuerzas y no como dádiva que desciende de lo alto.

La Carta a los Hebreos nos habla de Jesús, constituido en mediador entre Dios y los hombres. Él puede compadecerse de nuestras debilidades porque ha experimentado en todo nuestra condición, excepto en el pecado. La vocación de Leví  muestra esta mediación de Cristo. Así lo Infinito de Dios se hace presente en nuestro mundo finito y, llamándonos, hace que podamos vivir todas nuestras cosas desde la perspectiva de la eternidad.

Lo mejor que puede hacer el hombre es dejarse rescatar por Dios. Así lo dice el salmo de hoy: “los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón”. Y en otro salmo parecido se señala: “Te ensalzaré, señor, porque me has librado.” Es Jesús quien nos rescata y lo hace cada día. Sucede que muchas veces nosotros no somos conscientes de ello. Por eso en la primera lectura se nos dice: “Mantengamos la confesión de la fe”. Es decir, estemos atentos cada día para que no nos pase desapercibido Jesús que se nos acerca de mil maneras distintas y nos llama. La forma más grande que tiene de mostrársenos es en el sacramento de la Eucaristía. La Iglesia enseña que para acercarse a comulgar debemos tener presente a Quién vamos a recibir. Renovar cada día esa conciencia, de que es Jesús quien está oculto bajo las especies del pan y del vino y de que, aunque sea yo quien me acerco al altar es realmente Él quien se abaja para venir a mí, nos ayudará a reconocerlo después en nuestro quehacer cotidiano. Porque, cuando recibimos a Jesucristo en la comunión es porque Él quiere permanecer unido a nosotros no sólo en la celebración de la Misa, sino en toda nuestra vida. Se nos da con la intención de no separarse más de nosotros.

Que la Virgen María nos proteja para que podamos perseverar en la compañía de su Hijo.