Nuestra Señora de Altagracia, Patrona de Santo Domingo. Santos: Inés, virgen y mártir; Anastasia, Patricia, Zacarías, Polieuto, Eupsiquio, Patroclo, Valeriano, Cándido, Eugenio, Eustato y Clemente, mártires; Publio y Epifanio, Avito, obispos; Meinrado, ermitaño.

«Solo amó al autor de la vida». La frase suena a epitafio para quien, con oportunidades, no desperdició energía en amores divididos. Habla de fidelidad simple, sin adjetivos. Inés fue una niña frágil y delicada que mostró la mayor entereza posible hasta el martirio. Tenía trece años a su muerte. La Iglesia de todos los tiempos la propone como primoroso ejemplo y la entiende como un símbolo de virginidad e inmolación.

Tratados como el de san Ambrosio «Sobre las vírgenes», poemas, himnos, panegíricos, homilías, relatos y más relatos han ido atravesando el tiempo para recordar a los cristianos la firmeza de su compromiso, la fuerza de Dios si encuentra una voluntad entregada, la responsabilidad del ejemplo, el valor relativo de los bienes presentes –incluida la vida–, la apoteosis del cielo. Todo eso es en Inés un conjunto armónico verdadero que los intelectuales –enseñando– y los sencillos –aprendiendo– han ido transmitiendo, cada uno a su modo –pastores, literatos y artistas–, a la generación siguiente con todo género de adornos, detalles, matices.

Unas veces fueron papas como Dámaso y, otras, poetas como Aurelio Prudencio. Las Actas que tenemos son probablemente alteradas porque se escribieron tarde y quizá recogieron lo que ya se contaba por el pueblo. Narran el martirio de Inés en Roma, allá por el siglo IV, con sangre, heridas, violencia, fuego, hierros cortantes y uñas aceradas rajando el cuerpo, mientras la niña joven se describe con seguridad intrépida y firmeza de enamorada, valiente, fuerte, fiel y con firme decisión martirial que afirmaba: «La esposa injuria al esposo si desea agradar a otros. Únicamente me poseerá el que primero me eligió. ¿Por qué tardas tanto, verdugo? Perezca este cuerpo que pueden amar ojos a los que no quiero complacer». Si bien no es probable que tales palabras pudieran salir de la inexperta mártir, sí que resumen su actitud interna profunda y decidida que en todo tiempo y para todos es estímulo exigente, rechazando los halagos y amenazas del prefecto que se sentía vencido en el intento de conseguir una claudicación imposible.

Parece que Inés pudo ser de la familia noble Clodia y que nació hacia el 290. Añaden las fuentes que se bautizó de niña y en su piedad consciente se consagró con voto de virginidad a Cristo. El rechazo de las proposiciones matrimoniales y los regalos del hijo del prefecto de Roma dicen que fue motivo más que suficiente para llevarla al tribunal, después de descubierta su condición cristiana por el hecho de la castidad voluntariamente ofrecida.

Por eso se entiende que la versión griega del martirio cargue las tintas en otro aspecto que acentúa la decidida entrega de la virginidad; el juicio y la condena incluiría trasladar a Inés a un lupanar donde sufriera insultos y burlas mientras mantenía su propósito que ahora se vio apoyado por el cielo con desnudez cubierta y luz resplandeciente, impidiendo por medio del temor que se le acercara cualquier cliente del antro. Solo el despechado y tozudo antiguo pretendiente quiso llegar al abuso, cayendo muerto de repente y resucitado también después de la oración de Inés, ante el asombro de los asustados presentes. Luego la metieron en la hoguera encendida de la que fue liberada intacta por el poder de lo alto. El final del acto está en el filo de la cuchilla que segó la vida de la mártir virgen cristiana.

De modo bellísimo y excelente hará juego etimológico el obispo de Milán, Ambrosio, dando por conocidos los detalles del martirio de Inés por parte de su auditorio: Inés o Agnes, relacionado con Agnus, expresará «cordero»; o Inés, del griego Agnos, indicará «pureza». Juego de palabras en predicación culta que resume con su propio nombre la vida de la santa.

Corrieron voces de que la sepultaron en el jardín o huerto de su propia casa de campo en Vía Nomentana, allí donde a los pocos días cayó muerta a pedradas Emerenciana, hermana de leche de la santa, en cuya tumba rezaba. Unos años más tarde, ya con Constantino, se edificó la iglesia que restauró el papa Honorio I.

¿Qué más da que todos los detalles puedan verificarse o no algún día por la arqueología o historia? A la ciencia –por los sentimientos que tiene– probablemente le dará lo mismo un tajo más que menos, o un golpe de frente o de espaldas; el hecho cierto de una joven limpia, casi niña, muerta por la fe en Cristo y luego fielmente venerada sí que lo comprueba y lo constata. A los hermanos de la heroína doncella muerta por la fe les hizo mucho bien besarla con el recuerdo, adornarla con la palabra y repetirla con la generosa imitación.