2Tim 1,1-8 o 2Tit 1,1-5 ; Sal 95; Lu 10,1-9

Porque san Pablo no se anda con chiquitas y modestias deslucidas. Sabe cómo Timoteo recibe el don de Dios con la imposición de las manos, por eso le pide que no se avergüence del Señor ni tampoco de él, sino que se lance a los duros trabajos del Evangelio. Sabe también cómo el Señor, el mismo Jesús a quien él perseguía, se la apareció en el resplandor y le encargó la misión de apóstol. Por eso, no tienen miedo. Buscan con todas sus ansias promover la fe de los elegidos de Dios y el conocimiento de la verdad, apoyada en la esperanza de la vida eterna. Fe, conocimiento de la verdad, esperanza. Han sido elegidos por Dios para estos menesteres. Dedican la vida a ello. Por entero. Se inicia con ellos una línea de proclamación de la Palabra que llega hasta nosotros. Y entre nosotros están sus continuadores, los que recibieron la imposición de manos que de ellos nos viene. Somos sus descendientes, quienes recibieron de ellos la Buena Noticia del Señor Jesús. También entre nosotros hay elegidos por Dios para estos menesteres. Compartimos entre nosotros y con ellos una misma fe. Por eso nos deseamos la gracia y la paz de Dios. Por eso cantamos también con el salmo las maravillas del Señor para que sean proclamadas a todas las naciones.

Porque el Señor designa también hoy a otros setenta y dos, mandándoles por delante de él, para que anuncien la Buena Noticia. Demasiado pocos los obreros de una mies tan abundante, por más que la pensemos tan raquítica. Parecemos conocer mal el designio del Señor y la importancia que da a este envío. Nunca ha sido fácil ese caminar de dos en dos, pues lo hicieron, lo hacemos y lo harán como corderos mandados en medio de los lobos. Llama la atención el realismo de Jesús. Una vez más no se anda con complacencias y engaños, sino que nos anuncia la dificultad de ese envío. Sin preparación. Sin medios. Sin arcas llenas. En la pura pobreza. Sin que nos diga a quiénes tenemos que ir a saludar de su parte porque quizá sean de los seguros. En la pura improvisación. Entrando en donde se tercie. Comiendo lo que sea posible; lo que la caridad de aquellos con quienes nos crucemos quiera darnos. Sin certeza de que encontraremos gente de paz. Curando a los enfermos que haya. De dos en dos. ¡Qué insensatez la suya por enviarnos así, y la nuestra por aceptar ese envío!

Es obvio, como no dependa todo de la fuerza de su designio, nada nos toca hacer, fuera de esa voluntad de seguirle de dos en dos predicando lo que nos inspire. Muchos nos dicen que no tenemos en cuenta la profesionalidad del hablar en público, convenciendo a los que escuchan, ni la tecnicidad de los medios. Es verdad. Pero el Señor parece no haber querido prepararnos para ello. Ni siquiera nos ha dado algunas indicaciones acá y allá. Lo que ahí hagamos parece dejarlo a nuestra propia cuenta, al buen albur de lo que nos vaya ocurriendo, con la convicción profunda de que lo decisivo está en el espíritu de energía, de amor y de buen juicio que nos ha dado. No nos ha indicado en qué universidad vamos a encontrarnos con ello. Lo ha dejado en nuestras manos. De dos en dos.

Pero nos ha donado su Espíritu. Él es la fuerza de la evangelización.