Dentro de cinco semanas colocaremos la primera piedra de la parroquia. Lo estamos preparando con mucha ilusión, es el comienzo del principio del final de tantos desvelos, incomodidades, esfuerzos, fallos, aciertos y confianza en la providencia en estos tres últimos años. Sin duda alguna ahora nos vendrán otros quebraderos de cabeza… comienzo de las obras, pago del crédito, no llegar a fin de mes, retraso sobre el calendario previsto… mil cosas. Pero después de una primera piedra sólo puede venir la segunda pues estamos dispuestos a que no sea la primera y última. Sería mucho más cómodo quedarnos en nuestro barracón, aparentar falsa humildad y decir que no llegamos a más. Pero eso sería una traición a tantos que están colaborando con la parroquia, al Obispo que confía en nosotros y a Dios, que nos está guiando lo que nos dejamos. Muchas veces el famoso dicho: “Virgencita, Virgencita, que me quede como estoy”, nace de la comodidad. Una primera piedra es sólo eso, una piedra, pero es el comienzo de un montón de complicaciones para llegar a un fin más grande.

“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos…” Hoy escuchamos las bienaventuranzas. Sin duda alguna son unas palabras simpáticas de oír, con las que todo el mundo está de acuerdo,… pero que pocos se deciden a ponerlas en práctica. Nos quedamos en la primera palabra “Dichosos”, la traducimos por “felices” y entonces aplicamos nuestros criterios de felicidad, que en esta sociedad nuestra se identifica con no sufrir y no hacer demasiados esfuerzos. La publicidad nos vende felicidad como sinónimo de comodidad. Luego las bienaventuranzas están muy bien, pero para otros. Tal vez en otra vida los pobres, los que lloran, los hambrientos, los limpios de corazón, los sufridos etc. etc., sean más dichosos, pero la experiencia nos enseña que en esta vida no es así.¡Qué equivocados están los que piensan así!. Sólo tenemos que acudir a nuestra experiencia personal. Tal vez este domingo por la tarde tengas tiempo libre para echarte en el sillón, aferrarte al mando a distancia y dormirte un par de películas con sus correspondientes grandes espacios publicitarios. Sin duda pensarás que te lo tienes merecido, toda la semana trabajando, madrugando, llegando tarde a casa para trabajar un poco más y sin tiempo para casi nada. Pero te despertarás de esa megasiesta  y simplemente dirás: ¡Qué Guay! y se acabó. Pero tal vez cuando estés volviendo de Misa y estés pensando en la comida y después la madre de todas las siestas te llamen al teléfono, te pida ayuda un amigo pues su padre está en el hospital y todavía no ha llegado su familia. Vayas para allá (pensando que va a ser sólo un ratito y la comida y la siesta te esperan), te encuentres en una sala de urgencias donde el tiempo se detiene, escuchas a amigo que está sufriendo por su padre y compartes sus sufrimientos, te toca medio discutir con alguna enfermera que está siendo poco delicada en el trato con los pacientes, pasas tres cuartos de hora buscando al capellán para que atienda al paciente pues su pronóstico no es muy bueno y tu amigo está unido al teléfono para avisar a su familia, te encuentras sin palabras para consolarle, lloras con él ante la crudeza del diagnostico, te quedas un rato junto al enfermo escuchándole y consolándole mientras su hijo hace las gestiones del ingreso, pones paz entre los hijos que van llegando angustiados y -en esos momentos de desconcierto-, se culpan del agravamiento del estado de su padre y, a las doce menos cuarto de la noche (un cuarto para las doce en América latina), vuelves a tu casa dejando todo en manos de los hijos que son los que tienen que estar. No llegarás a casa diciendo ¡Qué Guay!, pero tendrás la alegría interior de haber hecho lo que Dios te pedía en ese instante… aunque te quedases sin siesta y nadie te lo reconozca, excepto el Señor.

Las bienaventuranzas no son un modelo teórico, son una realidad que tenemos cientos de ocasiones de vivir en nuestra vida hasta configurar nuestra vida con las bienaventuranzas. Sólo los pobres y los humildes saben privarse de sus cosas para dar su vida a Dios. Por eso el Evangelio no es sólo un conocimiento teórico de una doctrina, no son los sabios, ni los poderosos ni los aristócratas los escogidos, sino lo que no cuenta , los que saben no contar con lo suyo, para dárselo todo a Dios.

Una primera piedra es sólo eso, una piedra y el comienzo de un montón de preocupaciones, pero no valen nada comparado con el final que nos aguarda. Encontrarse con la felicidad tal vez nos traiga incomodidades y renuncias, pero no son nada comparadas con el encuentro con Cristo.

La Virgen María es el modelo de las bienaventuranzas, en ella vemos encarnado que «el que se gloríe, que se gloríe en el Señor», lo demás sobra, incluso la siesta.