Santos: Juan Bosco, Patrono de aprendices, cinema e ilusionismo, confesor y fundador; Geminiano, obispo; Ciro, Metrano y Juan, Tarsicio, Saturnino, Tirso y Víctor, Zótico, Ciriaco, Trifena, Sergio, Domingo Sarraceno, Eusebio, mártires; Julio, Martín, Adamnán, presbíteros; Marcela, Luisa Albertonia, viudas; Francisco Javier María Bianchi, confesor.

Es el patrón del mundo del cine, de las escuelas de artes y oficios, de los ilusionistas y podría serlo de los que trabajan en la repostería, de los camareros y de los catequistas. Sacerdote ejemplar y polifacético, infatigable trabajador y quien más se ha preocupado de los jóvenes. Con su trabajo apostólico y santidad burló las trabas de las autoridades anticlericales y superó el escepticismo de los clérigos. Pocas iniciativas apostólicas han tenido tanto éxito y difusión.

Nació en Becchi –Castelnovo de Asti–, en el Piamonte italiano, el 16 de agosto de 1815, y lo bautizaron el mismo día. Francisco, su padre, murió joven dejando viuda a Margarita Occhiena, buena educadora de sus hijos José y Juan y de su hijastro Antonio. Siempre les inculcó amor a la Virgen, devoción al Ángel de la Guarda y un escrupuloso aprovechamiento del tiempo. Ya se ve que contagiar esos principios cuando los hijos están en edad de recibir da resultado.

Hizo la comunión primera cuando tenía diez años. Esto fue cosa extraña por la terrible moda impuesta por el jansenismo de retrasar los sacramentos con excusa de mejor conciencia y reverencia al sacramento, pero con consecuencia de mal para los menos que lo recibían.

Juan tuvo que trabajar para poder estudiar. Hizo de todo: mozo de granja, camarero, sastre, zapatero, carpintero, herrero y sacristán.

Inquieto en su juventud. Fue un líder. Para sus compañeros inventó una especie de academia artístico-literaria que llamó «Sociedad de la alegría»; los domingos, para atraer a los chicos y hablarles de Dios no le importó hacer de titiritero, ilusionista o atleta, o de emplear sus conocimientos de piano y violín. Va cuidando poco a poco su preparación con el estudio de los clásicos latinos y griegos y aprendiendo alemán y francés para no sabe aún muy bien qué.

Se ordenó sacerdote en 1841. Bajo la dirección y consejo de san José Cafasso, prolongó su estancia en el Convictorio Eclesiástico de Turín con el propósito de mejorar su perfeccionamiento en teología moral y pastoral. Es el período de visitar cárceles y hospitales; toma contacto con la parte de la sociedad más abandonada y despreciable. La incontable muchedumbre de niños que están por las calles, muchos de ellos –huidos de la miseria del campo– están abandonados, o son huérfanos; la gran mayoría no tiene instrucción y eso le remueve por dentro; ve en ellos una futura amenaza social, porque están abocados al vicio, la explotación y la delincuencia.

Fue decisivo un día en el que vio que el sacristán propinaba una buena tunda a un pillo. Era en la sacristía de la iglesia de San Francisco de Asís, mientras él se preparaba para celebrar la Misa. Comprobó que no sabía ni la Salve ni el Padrenuestro, ni el Avemaría; lo llevó ante la imagen de la Virgen y con él comenzó a recitar las oraciones con la promesa de continuar al domingo siguiente con los amigos que le llevara. Así comenzaron los «Oratorios festivos» que luego se hicieron «diarios» y que fueron muy pronto su gran quebradero de cabeza por no tener ni encontrar espacio disponible con el agravante de estar sin blanca y con el aditivo del bullicio propio que tal aglomeración de niños llevaba consigo. Conoció la necesidad de la transhumancia ciudadana, ocupó con sus chicos plazas y algún cementerio abandonado, y hasta un prado del que también los echaron. Pero sentía la urgente necesidad de dar instrucción religiosa, cívica, intelectual y moral en la sociedad de su tiempo y no podía dejar de hacer algo.

Decidió fundar una Congregación adaptada a los nuevos tiempos. Salió un bienhechor y el Sr. Pinardi dio facilidades para adquirir su suelo. Con limosnas levantó una capilla y una casa. La madre de Juan Bosco se animó a trasladarse a Turín para hacer de madre y abuela en medio de la pobreza y alegría durante diez años hasta su muerte el 25 de noviembre de 1856.

Construyó una iglesia que dedicó a san Francisco de Sales donde sus niños pudieran formarse. Fue el comienzo de la labor con la juventud –especialmente obrera– a la que había que dar principios cristianos que llevaran a una convivencia pacífica ciudadana, a no crear conflictos y dispuesta para armonizar las clases más que a enfrentarlas. Había que enseñarles oficios para que se ganaran honradamente su vida. Como método pedagógico entendía que daba buen resultado querer a aquel enjambre de muchachos, uno a uno, y nunca pegarles; sí razonar cada situación, favorecer su libre decisión, animar la voluntad, decirles con simpatía dónde está el bien y el mal. La Sociedad Salesiana había empezado con los primeros socios en 1859 y se aprobó de modo definitivo en 1868.

La idea se desparramó por Italia como un reguero de fuego, y fue preciso abrir nuevas escuelas y talleres donde dar alojamiento, se aprendieran oficios, al tiempo que se oía de Dios y se pensaba en el prójimo; sitios donde hubiera alegría, se corrigiera el error y se impulsara a la verdad; siempre al socaire de una fe en la Providencia que no tenía límites. Casas similares se abrieron en Sicilia, en Tirol, en Francia y en Bélgica.

Edificó el santuario de María Auxiliadora con la ayuda de los milagros de la Virgen; se pudo terminar en 1867. Y fundó la Archicofradía de María Auxiliadora para mujeres con normas de vida y normas semejantes a las de los varones.

Le siguió la fundación de la Asociación de Antiguos Alumnos y, en 1875, la Pía Unión de Cooperadores Salesianos o Tercera Orden, con su órgano de comunicación «Boletín salesiano».

El crecimiento de la espiritualidad y trabajo fue asombroso. Y ello dio paso a la expansión en misiones. Las tierras del extremo sur de Argentina y Chile (la Patagonia y Tierra de Fuego) fueron un sitio más para las avanzadillas salesianas.

Juan supo –como don– leer las conciencias, predecir el futuro y curar enfermos bendiciéndolos con la imagen de María Auxiliadora. Resucitó tres muertos.

Su nombre y figura arrastró multitudes ante el asombro de los ilustrados escépticos en los apoteósicos recibimientos tanto en París como en Barcelona.

Construyó la iglesia de San Juan Evangelista en Turín y la basílica del Sagrado Corazón en Roma.

Murió en Turín el 31 de enero de 1888.

Pío XI lo canonizó en 1934.

Fue Juan Bosco un excepcional y maravilloso instrumento de Dios para la difusión del Evangelio. Dejó tras de sí a la familia salesiana con la herencia de su espiritualidad «trabajo y piedad». Justo lo que él mismo había vivido de modo tan intenso.