Comentario Pastoral
EL SABOR Y LA LUMINOSIDAD CRISTIANA

La sal y la luz, el sabor y la luminosidad transforman respectivamente la masa de una comida y la espesura de las tinieblas. Desde el Evangelio de este quinto domingo ordinario a los creyentes se nos recuerda que debemos conservar el sabor genuino del Credo sin atenuarlo en la indiferencia; y que nuestro empeño misionero debe ser brillante sin ocultaciones cobardes.

La sal se aplica a las heridas, en una medicina rudimentaria, para cauterizarlas o desinfectarlas; eliminando los microbios, preserva los alimentos de la descomposición. Si el creyente es la sal de la tierra debe poseer esta inalterada fuerza de transformación y de purificación que conduce a la humanidad a las esencias y valores genuinos, pues aporta al mundo el sabor de fe, la purificación de esperanza, la fuerza del amor transformante.

La sal es sustancia que no se puede comer por si sola, pero que da gusto a los alimentos y solo es menester una pequeña cantidad para hacer agradable toda la comida. Su gusto es irreemplazable, por eso si pierde su sabor nada existe que pueda dar a la sal el gusto salado. De ahí que sea fácil concluir que el discípulo de Jesús ha de dejarse impregnar de la sal del Evangelio para encontrar el gusto por la vida y el sabor de la eternidad. ¿Qué es la sal sin sabor? Es el hombre que ignora los ‘porqués’ fundamentales de la existencia humana, el cristiano que ha perdido la sabiduría (sabor) del Evangelio. Hay que recuperar siempre el sabor del saber cristiano.

Hoy vuelve a cobrar actualidad el pasaje de lsaías: «El pueblo que caminaba en tinieblas, vio una luz grande; habitaban tierras de sombras y una luz les brilló». Desde que la luz de Dios habita entre nosotros, desde la iluminación que estalló en la noche de Belén, todos los caminos de los hombres se han iluminado. Ya no hay que dar pasos titubeantes por sendas tenebrosas. Si nacer es «ver la luz del mundo, renacer en el bautismo es haber visto la luz de Dios».

Andrés Pardo


Para orar con la liturgia
Oh Dios, luz verdadera, autor y dador de la luz eterna,
infunde en el corazón de los fieles la luz que no se extingue,
para que cuantos son iluminados en el templo por la luz de los cirios
puedan llegar felizmente al esplendor de tu gloria.


Bendición de los cirios, 2 febrero


Palabra de Dios:

Isaías 58, 7-10 Sal 111, 4-5. 6-7. 8a y 9
san Pablo a los Corintios 2, 1-5 Mateo 5, 13-16

Comprender la Palabra

La primera lectura, es un fragmento de la tercera parte del libro de Isaías, en la que se promete al hombre justo que su vida se transformará en luz. En oriente, la luz es símbolo de todo bien. La justicia que proclama Isaías preludia la del Juicio Final: pan al hambriento, abrigo al desnudo, hogar a los sin techo… El profeta se dirige a los recién llegados del exilio, cuya preocupación es reconstruir la comunidad de Israel. Dicen que Dios no les atiende y quieren obligarle con ritos y ayunos a que lo haga, cuando están descuidando los deberes fraternales. El autor les recuerda que la fe se realiza en obras de asistencia a todo hermano que lo necesite, sólo así Dios aceptará el diálogo. Y cada uno y todos juntos en el pueblo santo de Dios, serán luz de la Gloria de Dios, es decir, instrumento de su Presencia eficaz en el mundo.

Las reflexiones de la primera carta a los Corintios, sigue refiriéndose aún al tema de las divisiones dentro de la comunidad (que ya aparecía en los domingos anteriores). Algunos se agrupaban, aislándose, fascinados por la sabiduría humana de éste o aquél. El apóstol de quien la misma comunidad de Corinto parece dudar de su autenticidad y honorabilidad, encarna en su propia experiencia, la exigencia de todo predicador cristiano: ser transparente y sincero a la hora de comunicar el Evangelio, sin envolverlo en nieblas ajenas aún cuando su contenido sea tan austero como el mensaje de la Cruz. El Espíritu Santo es el garante definitivo que da la fuerza necesaria y el arrojo valiente al apóstol para seguir anunciando el Evangelio hasta el final.

El texto del evangelio de Mateo pertenece al Sermón de la Montaña, en continuidad de las Bienaventuranzas que se proclamaron el domingo pasado, recogiendo algunos dichos aislados de Jesús. Usando dos imágenes familiares que inciden en la vida cotidiana, la sal y la luz, el evangelista propone dos realidades esenciales que definirán al verdadero discípulo de Jesús, de todo tiempo y condición. Las imágenes de la sal y la luz indican una eficacia esencial: la luz ilumina, si no, no es la luz; si la sal deja de salar, se tira por inútil.

Cristo habla a una comunidad definida: vosotros, los discípulos. No les dice lo que deberían ser o podrían llegar a ser, sino lo que son si es que son discípulos. No les dice lo que deberían ser o podrían llegar a ser, sino lo que son si es que son discípulos: sois la sal de la tierra y luz del mundo. Ambas imágenes, sal y luz , son alegoría de la fuerza de irradiación contagiosa que tiene en sí las verdadera santidad evangélica. El mundo, es decir, los hombres, se encienden sólo por contacto de quien sea llama viva de fe. La sal da sabor evita la corrupción y mantiene el calor (antiguamente se metían placas de sal en los hornos de cocción de pan, para mantener el calor a suficiente grado de temperatura). Los discípulos son enviados al mundo para mantener el calor del Evangelio y facilitar así la tarea de la salvación. También hoy es necesario que los cristianos tomen conciencia real de que están destinados a diluirse en la sociedad, sin perder su identidad más auténtica, en servicio de todos los hombres.

Los discípulos unidos a Jesús, verdadera Luz del mundo, son lámparas que arden e iluminan en la medida en que permanezcan en conexión vital y comunión con Él. Jesús confía su luz a los enviados para que la transmitan al mundo. Hoy es necesario la presencia de estas lámparas en medio del mundo inquieto y a la vez necesitado de la verdadera luz del Evangelio. El ideal de la Iglesia a su paso por el tiempo es ser alma del mundo. No para recibir gloria mundana, sino para transparentar la Gloria de Dios, del Padre común, que desea reunirnos a todos en una familia universal que pueda recitar el Padrenuestro y aceptar su Paz. Las buenas obras de los hijos de Dios serán expresión de amor fraterno, de un amor que es para Gracia de Dios. El camino normal para que los hombres acepten creer en Dios, es que vean a los que se consideran hijos de Dios realizando buenas obras; obras de amor fraterno y verdad divina, que son sinceridad de su fe y trasparencia de la Gloria del Padre.







al ritmo de la semana


Preparación de la Jornada Mundial de la Juventud-Madrid 2011
“Puesto que habéis recibido a Cristo Jesús, caminad en Él, arraigados y edificados en Él, firmes en la fe, tal como se os enseñó, rebosando un agradecimiento” (Col 2,6-7)

El Santo Padre Benedicto XVI, presidirá la Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, durante los días 16 al 21 de agosto de 2011. Madrid será una auténtica fiesta de la familia de los hijos de Dios, llamada a abrir las puertas de sus hogares, comunidades parroquiales, movimientos e instituciones de la Iglesia, a los jóvenes procedentes de todos los países del mundo que vendrán a la capital de España para celebrar un renovado encuentro con Cristo.

Esta imagen de la Iglesia, familia de Dios, que acogerá a los peregrinos como sí se tratara del mismo Cristo, debe ayudarnos a vivir como comunidad diocesana…. La Jornada de la Juventud no nos aparta del afán por evangelizar la familia y situarla en el centro de nuestras prioridades pastorales. El tema de los jóvenes afecta directamente a las familias, en cuyo seno crecen y maduran su personalidad, y concierne de modo especial a la Iglesia que ve en los jóvenes el futuro de la sociedad y de la Iglesia. Ellos son protagonistas de la vida eclesial, a la que aportan no sólo la vitalidad de su juventud sino también la frescura del seguimiento de Cristo, cuando se fían de Él y se ponen incondicionalmente a su servicio. Por ello, aunque este año el Plan Diocesano de Pastoral se centre en la preparación de la Jornada Mundial de la Juventud y sitúe, por tanto, a los jóvenes en el centro de nuestra atención pastoral, queremos hacerlo sin perder de vista a la familia, a cada familia, que constituye la célula básica de la comunidad diocesana, entendida como comunidad de familia. Queremos, sobre todo, que todas las familias aprovechen la gracia de la Jornada Mundial de la Juventud en nuestra diócesis, para preguntarse qué deben hacer para responder generosamente a este acontecimiento trascendental para toda la vida de la Iglesia. Se trata de que cada familia sea en vedad una iglesia doméstica, para que toda la diócesis se muestre como familia de los hijos de Dios. Si vivimos así, los jóvenes del mundo reconocerán en nosotros la comunidad creyente que tiene “un sólo corazón y una sola alma” (Hcho 4,32) y gozarán de la experiencia de ser acogidos y amados por la Iglesia de Cristo que camina en Madrid. (cfr. “Firmes en al fe” Carta Pastoral del Cardenal Rouco Varela con motivo de la preparación de la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011).




Para la Semana

Lunes 7:

Génesis 1,1-19. Dijo Dios, y así fue,

Marcos 6,53-56. Los que le tocaban se ponían sanos.


Martes 8:


Génesis 1,20-2,4. Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza.

Marcos 7,1-13. Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferrarnos a la tradición de los hombres,

Miércoles 9:



Génesis 2,4b-9.15-17. El Señor Dios tomó al hombre y ,lo colocó en el jardín de Edén.

Marcos 7, 14-23. Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre.

Jueves 10:

Génesis 2,18-25. Dios presento la mujer al hombre. Y serán los dos una sola carne.

Marcos 7,2-30. Los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños.

Viernes 11:

Génesis 3,1-8 Seréis como Dios en el acontecimiento del bien y del mal.

Marcos 7,31-37. Hace oír a sordos y hablar a los mudos.

Sábado 12:

Génesis 3,9-24. El Señor lo expulsó del jardín del Edén, para que labrase el suelo.

Marcos 8,1-10. La gente comió hasta quedar satisfecha.