El evangelio de hoy habla sobre el matrimonio, pero el Papa Juan Pablo II nos llamó la atención sobre las palabra de jesús “al principio”. De esa manera nos ayudaba a entender que el designio de Dios no va cambiando con los tiempos sino que es eterno.

Hoy en día este texto resulta difícil para muchas personas ya que todos conocemos situaciones complicadas por las que pasan muchos matrimonios. La lectura que ilumine situaciones particulares debe hacerla cada uno, y los comentarios sirven para intentar mostrar lo que el Señor enseña como válido para todos. La misma Iglesia, al reconocer la posible nulidad de una unión, es consciente de que muchas situaciones no responden a un verdadero matrimonio, porque faltó libertad, por inmadurez o por otras causas. Pero todas esas realidades, que pueden ser numerosas, y que generalmente conllevan sufrimiento, no anulan la enseñanza del Señor sobre el matrimonio.

El matrimonio es querido por Dios desde el momento mismo de la creación. En el matrimonio un hombre y una mujer se entregan mutuamente prometiéndose fidelidad para toda la vida. La corona del matrimonio, como señala el Concilio Vaticano II, son los hijos. Jesús alude a las palabras del Génesis, “ya no son dos, sino una sola carne”, para reafirmar la unión indisoluble que se realiza por el consentimiento matrimonial. Ese es el designio original del Creador. A nadie se le escapa la belleza de un vínculo que no nace de la coacción externa ni de la necesidad sino de dos libertades que deciden unirse la una a la otra en un acto de mutua entrega. Conozco a varios jóvenes que pronto contraerán matrimonio y la ilusión con la que preparan el evento me transmite alegría. Se ve en ellos la preparación para algo que les resulta decisivo y que va a cambiar su modo de vida.

Jesús también señala que si Moisés permitió el divorcio fue por la dureza del corazón. Quizás sea difícil entender en todo su alcance a qué se refiere el Señor con esta expresión pero, en cualquier caso, alude a que la belleza del matrimonio deja de verse cuando nuestro corazón se incapacita para el bien y la verdad. Entonces se hace más difícil entender una unión que se funda en el amor.

No podemos dejar de recordar que Jesús sanó la realidad del matrimonio, que como todo lo humano quedó herido por el pecado. La existencia de un sacramento indica ese hecho. La realidad natural del matrimonio queda elevada a la categoría de sacramento, lo que conlleva también una gracia especial. Por eso enseña san Pablo que el matrimonio es signo del amor que el Señor tiene por su Iglesia. En el amor de los cónyuges cristianos se vislumbra siempre algo más que hace referencia al amor que Dios tiene a todos los hombres y al sacrifico de Jesucristo a favor de su esposa, la Iglesia. Y la acción del sacramento se nota en la sociedad. Siempre me ha sorprendido cómo, a partir del cristianismo, cambió sustancialmente la concepción del sacramento en el Imperio Romano.

Hoy, pensando en tantos conocidos que viven con ilusión su noviazgo, y también en tantas familias amigas, pido a la Virgen María por todos ellos. Que puedan conocer la belleza del matrimonio tal como nos lo muestra Jesucristo y puedan realizar en él su vocación.