Comentario Pastoral
NO ESTÉIS AGOBIADOS

Cinco veces, en el texto evangélico de este octavo domingo del tiempo ordinario, sale la palabra “agobiarse”. Me parece que no es anecdótico esta insistencia-invitación a una reflexión monográfica sobre el tema que es de perenne actualidad.

El agobio aparece con mil rostros y vestidos diferentes como compañero inseparable en la vida del hombre. “Estoy agobiado y triste”, “estoy cansado de la vida”, “estoy cansado de la vida”, “estoy abrumado por tantas preocupaciones” “he perdido la tranquilidad”, son frases que se escuchan con demasiada frecuencia. Muchos arrastran un corazón vendado, que no conoce la alegría y la paz.

Y te llaman ingenuo e idealista por no pisar la arena de la verdad, si dices o gritas que vale la pena vivir, que siempre hay razones para no desesperar y convertirse a la alegría. ¿Es miope el que se atreve a predicar la alegría cristiana como remedio salvador para los que andan agobiados por las cosas de aquí abajo?.

El corazón de muchos, como un desván en desorden está atestado de cosas ingratas almacenadas desde años, que al irse deteriorando silenciosa e implacablemente, llenan de negra suciedad el interior. Lo que más agobia no es lo que se ve o recibe del exterior, sino lo malo que está dentro de uno y fermenta y se pudre. ¿Por qué no enfrentarse con los agobios que son fruto de la envidia que corroe, del miedo al fracaso, del egoísmo que se manifiesta en venganza, de la duda que nos esteriliza, de las lamentaciones del pasado, etc….?

No están reñidas con el evangelio las preocupaciones justas: las del pan que hay que comprar, el porvenir que hay que preparar, la educación que hay que dar, la justicia y la paz que hay que ganar, los hombres que hay que amar, el mundo que hay que salvar.

La búsqueda del Reino de Dios, es una búsqueda serena y confiada de lo esencial, sin agobios. Sin fe es difícil soportar nada. Con Dios es fácil encontrar sentido a todo. El creyente está convocado a una gran y múltiple actividad en todos los órdenes, pero sin intranquilidad y agobios paganos que desvíen de la opción por Dios para caer en la del dinero.

Andrés Pardo


Para orar con la liturgia


 


Palabra de Dios:

Comprender la Palabra

La primera lectura del profeta Isaías pertenece al Libro de la Consolación de Israel: Dios va a actuar a favor de su pueblo que sufre el exilio y proyecta realizar con él un nuevo éxodo. El texto de hoy se centra en la alegría por el retorno a Israel. Dios (que es Padre y Madre a la vez) quiere alcanzar el corazón de aquel pueblo que se debate duramente entre la fe y la duda; entre la esperanza y la desesperanza en los momentos complicados del exilio que vive. Dios es santo en medio de su pueblo, es decir, es fiel a su palabra por el honor de sí mismo, porque no tiene otro superior a quien referirse. La santidad de Dios se entiende como el cumplimiento fiel de sus planes y proyectos.

El contexto de la segunda lectura sigue siendo en los domingos anteriores: la llamada a la unidad, ante las divisiones en la comunidad de Corinto. El apóstol afirma que todos son ministros de un único Señor; servidores a favor de una sola comunidad. Lo que se les pide a ellos y a todos los que sirven al Evangelio es fidelidad y lealtad a Cristo. Y que ésta realidad sea visible, excluyendo todo protagonismo y rivalidad, pues han sido llamados y han recibido los carismas para la construcción de una sola Iglesia. Hoy como ayer se invita a todos los discípulos de Jesús, no solo a la lealtad y fidelidad, antes mencionadas, sino a la honradez en los comportamientos. Este mundo nuestro necesita testigos de esta fidelidad a toda prueba.

El Evangelio continúa un domingo más con el texto del Sermón de la Montaña. La lectura de hoy se refiere al modo de actuar de la providencia. Ante el peligro del hombre de desviar su instinto de adoración hacia el dinero, olvidando a Dios y divinizando la riqueza; imponiendo la primacía de las cosas materiales sobre las personas, ya que la injusticia es ilimitada y produce la pérdida de la paz. Cristo propone a los suyos sentirse servidores de Dios. Servir a Dios quiere decir amarle y tenerlo por centro de la vida; por encima de toda servidumbre que nos quieran imponer.

El Maestro quiere infundir paz en la vida personal de sus discípulos: “ NO os angustiéis”, pues si no nunca florecerá la paz de todos. No induce al quietismo, sino que se tiene que realizar. Jesús llama a este plan su Reino, que tiene como programar elevar a la humanidad a su altura: Amor en la Verdad, Paz en la Justicia, Perdón y Fraternidad en la Familia universal del único Padre. Dios nos llama a colaborar en su reino, a buscarlo y a trabajar por él.

Jesús quiere que sus discípulos dirijan la mirada a ese Dios que se muestra siempre solicito con sus hijos, y que Él les ha revelado como Padre. Un Padre que cuidará de sus hijos, a los que invita a trabajar sosegadamente, como lo ha hecho su propio Hijo hecho hombre, pero que garantiza que no los abandonará y hará fecundo su trabajo, no pocas veces duro e ingrato. La experiencia de los discípulos confirma esta confianza en la providencia divina, ellos lo dejaron todo y siguieron a Jesús; y si bien es cierto que a veces pasaron estrecheces, siempre encontraron la ayuda de la solidaridad fraterna, generosa y gratuita de las comunidades a las cuales anunciaban el Evangelio del Reino. El discípulo de Jesús debe confiar en la providencia como si todo dependiera de Dios y, a la vez, debe entregarse a su tarea y trabajo como si todo dependiera de sus posibilidades. Este talante debe ser el talante a seguir por todos los discípulos de Jesús: trabajo asiduo, pero alejando el agobio. Este equilibrio es necesario para poder vivir el Evangelio en toda su autenticidad.

Ángel Fontcuberta


al ritmo de las celebraciones


En el marco del empeño misionero de la diócesis

“Una de las notas distintivas de nuestra diócesis es su potencial evangelizador, debido a la riqueza y variedad de instituciones y carismas empeñados en la tarea prioritaria de la Iglesia que es la evangelización. Desde mi llegada a Madrid he querido potenciar esta riqueza de la Iglesia diocesana mediante planes pastorales centrados en el anuncio explícito de Jesucristo, Hijo de Dios y Redentor del hombre. Anunciar a Cristo a todos los hombres y en todos los ambientes ha sido mi inquietud como Obispo diocesano. Transmitir la fe a las nuevas generaciones ha sido el afán con que comenzábamos el nuevo milenio. Las iniciativas han sido muy variadas y sólo Dios conoce los frutos de nuestros afanes por sembrar la palabra del evangelio a través de misiones populares renovadas y de misiones en campos específicos de la sociedad, como la Universidad, la Escuela, la Santidad. El año Jubilar 2000 representó un impulso extraordinario gracias a la preparación y el posterior desarrollo que el Venerable Juan Pablo II llevó adelante con fortaleza apostólica y creatividad centrando la misión evangelizadora de la Iglesia en el misterio trinitario. El III Sínodo diocesano fue un fruto del Espíritu para nuestra Iglesia precisamente al inicio del tercer milenio. Empeñados en la aplicación del Sínodo, hemos llevado adelante a Cristo a sus compañeros en los diversos ambientes.

Podemos decir sin arrogancia que en este tiempo no nos hemos avergonzado del Evangelio (cf. Rom 1,16), sino que, a pesar de nuestras insuficiencias, hemos querido proclamarlo a tiempo y a destiempo /cf 2Tim 4,2). Providencialmente al Señor nos ha ido preparando a través de todas estas iniciativas a vivir la experiencia eclesial de la Jornada Mundial de la Juventud como una ocasión más de nuestro empeño misionero, de forma que la diócesis viva la tarea de anunciar a Cristo a cuantos viven en Madrid y a los jóvenes peregrinos que participen en los actos convocados y presididos por el Sucesor de Pedro. Dicho de otro modo, preparar la Jornada Mundial de la Juventud es para nosotros un nuevo llamamiento a la misión, que reclama nuestro dinamismo y toda nuestra generosidad”. (Firmes en al fe”, carta Pastoral del cardenal Rouco Varela con motivo de la preparación de la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011).


Para la Semana

Lunes 28:

Si 17,20-28. Retoma al Altísimo, aléjate de la injusticia.

Mt 10,17-27. Vende lo que tienes y sigueme,

Martes 1:

Si 35,1-15. El que guarda los mandamientos ofrece sacrificio de acción de gracias.

Mc 10,28-31. Recibiréis en este tiempo cien veces más, con persecuciones, y en la edad futura, vida eterna.

Miércoles 2:

Si 36, 1-2a.5-6.13-19 Que sepan las naciones que no hay otro Dios fuera de ti.

Mc 10,32-45 Mirad, estamos subiendo a Jerusalén, y el Hijo del Hombre va a ser entregado.

Jueves 3:

Si 42,15-26. La gloria del Señor se refleja en todas sus obras.

Mc 10,46-52 Maestro, haz que pueda ver.

Viernes 4:
San Casimiro. Memoria obligatoria.

Si 44,1-9-13. Nuestros antepasados fueron hombres de bien, vive su fama por generaciones.

Mc 11,11-26. Mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos. Tened fe en Dios.

Sábado 5:

Si 51, 17-27. Daré gracias al que me enseñó.

Mc 11,27-33 ¿Con qué autoridad haces esto?