Eclo 42,15-26; Sal 32; Mc 10,46-52

Todo ha sido creado por la palabra de Dios. Dijo: Hágase, y se hizo. Su voluntad es la que emitió esa Palabra que produce toda acción de lo creado. Es la gloria del Señor la que se refleja en todas sus obras. Él es de siempre y para siempre. El único desde la eternidad. El tiempo, el espacio, todo lo creado es obra de sus manos. Y su palabra creadora, qué digo, toda palabra suya es sincera y todas sus obras son leales. Él lo dijo, y existió, él lo mandó, y surgió Lo suyo es siempre, siempre. Es el eterno. Y su obra excede toda otra belleza, ¿quién se saciará de contemplar esa hermosura?

Por ello, cuando recordamos las obras del Señor nuestro Dios nos llenamos de gozo, porque todo lo hizo bien, y todo lo hizo para nosotros, para que llenemos la entereza de lo que somos con su belleza, la que él ha creado. Todo lo hizo bien, es verdad, pero nosotros demasiadas veces hemos sido tozudos en nuestro rebelarnos contra él, hasta provocar su aborrecimiento, como cuando Noé. Pero el Señor siempre guardó un resto, el de los pobres de Yahvé: en él tenía toda su esperanza. Curioso, es él quien tiene la esperanza puesta en nosotros, aunque sea por la intercesión suplicante de Noé o de Moisés o de tantos otros, hasta llegar a su culminación en Jesús. Y de este modo, Dios se compadece siempre de nosotros.

Mirad al ciego Bartimeo. Sentado al borde del camino, por si alguien quiere darle limosna. En las manos de los viandantes y de sus humores. ¿Conseguirá la compasión de quienes pasan junto a él? Sí la del Señor Jesús. Oyó, y gritó y gritó. Desaforadamente. Fuera de toda conveniencia. Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí. Una y otra vez, de modo que los que rodean al Señor le increpan para que calle; no puede ser tanto berrinche y desvarío. Jesús se detiene, no a su lado, pues dice a los suyos que lo llamen. Entonces sí, ante las palabras del Señor, ellos, al parecer siempre tan solícitos para con él, le llaman. Entonces sí, ánimo, levántate, que te llama. Como si fueran funcionarios de un cortejo, la corte celestial, seguramente. Y nuestro ciego, tan majo, tan pendiente de quien tiene compasión de él, de quien no le trata como a una piedra o un monigote más de un camino ya de por sí demasiado áspero, suelta el manto, salta y se acerca a Jesús. Qué salto más hermoso. Salto de esperanza. Anhelante de lo que puede suceder, porque ha sido él quien lo llama junto a sí. ¿Qué quieres que haga por ti? ¿Qué?, ¿será Jesús el único en no ver la evidencia de lo nuestro, nuestra bestial ceguera? ¿O será porque todo él está disponible para nosotros? Maestro, que pueda ver. Y ahora vienen las palabras de Jesús. Palabras creadoras las suyas; no tanto una curación como una recreación. Su palabra creó el mundo entero, y ahora su palabra recrea los ojos del ciego. No como taumaturgo, quizá de pacotilla, sino como el Señor de la creación. Los ciegos, en nuestro saltar, recordamos que su palabra es creadora, que no medicina nuestros ojos para que volvamos a ver, sino que todo lo hace nuevo en nosotros para que de nuevo podamos ver y le sigamos.

Anda, tu fe te ha curado. Fe en Jesús, en su palabra recreadora por la fuerza del Espíritu. El milagro es siempre una recreación.