Is 58,1-9a; Sal 50; Mat 9,14-15

Las lecturas de hoy y mañana están entre las más fuertes del AT. Se parecen a aquellas de entre las menos sosegadas de Jesús contra escribas y fariseos, hipócritas. Contra ti y contra mí, seguramente. Sí, sí, mucho hablar, pero todo es de boquilla. Hablas y no cumples. Tus obras se te quedan en la lengua. Ni eres misericordioso ni practicas la justicia. Buscas tu interés mientras dices ayunar y comportarte cual meticuloso cumplidor de las leyes; mueves tu cabeza como si fueras un santo, para que se te vea, o para verte tú mismo en la emoción de lo que eres para ti, qué más da. Practicas abortos de quienes te parecen monstruosos y añoras la eutanasia para los que molestan o te hacen gastar demasiado. Vete a saber, puede que busques ganar ahí tus dineros. Chillarás escandalizado: yo no hago esas cosas. Quizá. Pero vivimos en una sociedad que va derecha por esos caminos; caminos de desprecio y de muerte. Nos estamos dando leyes que van por ahí, que no respetan al otro, al enfermo que nada nos aporta si no son menoscabos. En cuanto te descuidas amas la guerra y la violencia, y en ellas piensas primero en tus intereses. Sí, claro, yo no, son ellos, los otros. Pero estamos configurando una sociedad en la que eso se da a manos llenas. Es lo nuestro. ¿Tú no, me dices? Bien, te creo, pero ¿en qué se nota? ¿Cómo trabajas para que las cosas no vayan por esos derroteros? ¿Cómo vives en tu vida eso que ya se está convirtiendo en una sociedad de muerte, de engaño y de meros intereses? Dime qué haces cada día para que las cosas, no solo las tuyas, las de tu pequeña vida, sino las de la sociedad se muevan por caminos de amor y de compasión. No vale que me digas: yo no puede nada, es la sociedad la culpable; la sociedad que me sobrepasa y sobrecoge. ¿Seguro que no? ¿No será lo tuyo un quedar bien contigo mismo y querer engañarte respecto a lo que el Señor piensa de ti? Porque la sociedad somos tú y yo, y otros como tú y yo. No es una carcasa en la que estamos encerrados. Y si lo estamos se debe a que nos hemos dejado encerrar en ella. Menos aún vale que digas, no, eso es el Estado, y lo pones con una mayúscula muy grande, para que quede clara tu impotencia ante él: ya ves, contra el Estado, nada se puede. Pero te olvidas de que la administración la erige la sociedad, es cosa nuestra; la construimos nosotros. Por eso, debemos luchar, democráticamente, pero con fuerza, para impregnar nuestra sociedad de valores de vida, de compasión, de amor, de acogida de los que tienen poco o apenas son nada, de los que van a nacer, aunque sean poco más que un buruño sanguinolento, quizá, además, con problemas y disfunciones, incluso graves; de los que, ya al final, son poco más que un vegetal junto a nosotros; de los menesterosos a los que todo les falta. Son personas porque nosotros las cuidamos como tales. Con el enorme respeto y amor con que nosotros las tratamos, con la caricia con la que las obsequiamos, les damos ese déficit, recreándolas con nuestro mismo ser. Hacer saltar los cerrojos de los cepos. Partir el pan con el hambriento. Hospedar a los pobres sin techo. Entonces clamarás al Señor, y te responderá; gritarás y te dirá: Aquí estoy.