Uno de los centros de reclusión de menores a los que asisto está “especializado” en delitos de violencia familiar…, de los hijos hacia los padres. Las situaciones son en ocasiones dantescas, y en otra te dan pena padres que sepan tan poco de ser padres. Sí, los adolescentes son caprichosos, chulitos, bravucones, pero unos padres tienen que saber que tienen gran parte ganada y, si quitan ellos también su orgullo o su sentimiento de inferioridad por no saber usar un móvil 3G, con muy poco pueden ganarse el cariño de sus hijos. Es más, cuando llevan unos meses encerrados y descubren (los chavales), que sus colegas de la calle ni se acuerdan de ellos y “sus viejos” son los que van cada fin de semana a verlos, empiezan a entender la grandeza y gratuidad del amor de sus padres. l poco de salir se les olvida, pero cuando hacen un poco de silencio se acuerdan.

Hoy escuchamos la parábola del hijo pródigo, tan conocida y tan meditada, y he querido darle la vuelta. El hijo pródigo reflexiona en su interior: «Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino
adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.» ha sido él el que se ha ido de casa, el que ha gastado la fortuna que recibió de su padre (no se la ganó), no busca el pasarlo mal sino que le lleva a eso la crisis económica (¿de qué me suena eso?) y decide buscar una situación mejor. Jesús cuenta esta parábola porque le acusan de comer con pecadores y acogerlos, es -sin duda-, una de las páginas más bellas de la misericordia divina. Pero me pregunto ¿cómo será esta parábola vista desde Dios Padre?

Podemos imaginarla así: Dios Padre tenía una casa en la que vivía a gusto entre los hijos de los hombres. Más llegó un día en que los hombres, fiándose del demonio, echaron al padre de su casa y lo mandaron a vagar por los caminos. El Padre derrochó copiosísimamente su gracia, pero los hombres seguían viviendo perdidamente. Tanto es así que los hijos de los hombres se olvidaron de su Padre Dios y se dedicaron, casi sin saberlo, a cuidar cerdos. El Padre, hambriento de misericordia, se dijo un día: “Cuántas de mis criaturas viven de mi gloria y de mi misericordia, mientras que los hijos de los hombres se mueren de hambre. Me pondré en camino, y mandaré a mi Hijo a hacerse como los hombres (menos en el hambre). Cuando vea a los hijos de los hombres les dirá: “Hijos, habéis pecado contra el cielo y contra mí, ya no merecéis llamaros hijos míos; pero yo no os trataré como jornaleros sino como a hijos”. El Hijo se pudo en camino adonde estaban los hijos de los hombres, que miraban tan lejos que no veían cerca. Así que el Hijo pasó desapercibido, incluso sufrió la violencia de los hijos de los hombres y lo mataron. Pero cuando los hijos de los hombres vieron el amor del Padre pródigo que tomó a su Hijo en sus brazos, recordaron quienes eran y volvieron a la misericordia entrañable del Padre. Entonces llegó la serpiente mayor, que les había engañado al principio, y se enfadó, pensando que le quitaban lo suyo y se resistía a reconocer la bondad del padre que había vuelto y no se cansaba de llamar a la puerta para interrumpir la fiesta. Los hijos de los hombres -que son bastante tozudos-, de vez en cuando salían para estar con él. Pero el Padre pródigo jamás cerró la puerta, para que aquellos que querían salir pudiesen siempre volver a entrar.

Hoy: ¡Sí a la vida!. Que nuestra Madre la Virgen nos ayude a reconocer que nuestra vida nunca será feliz si no acogemos a nuestro Padre Dios.