Dan 13,1-9.15-17.19-30.33-62; Sal 22; Ju 8,1-11

¡Qué horror! Cuanto más viejo, más pellejo, dice el refrán. Viejos lujuriosos y perversos aprovechándose de su poder para condenar a Susana, la cual prefirió la muerte antes de romper su castidad. No escaparé de vuestras manos; caeré en ellas antes que pecar contra Dios. Magnífica Susana. Magnífico Daniel que le libra de una muerte infamante. Pero no caerá en sus redes. Y aquel día se salvó una vida inocente. La casta mujer salvó la vida de una muerte denigrante. Mas no fue este el caso de Jesús, quien vivió perfecta castidad, dedicado por entero a cumplir la voluntad de su Padre, pero murió en la cruz con muerte ignominiosa.

Caminó por cañadas oscuras. Pero Dios su Padre estaba con él, y decía con el salmo: Nada temo. El Señor iba con él. Nunca lo dejó de su mano, aunque le permitirá subir a la cruz y morir en ella. La bondad y la misericordia del Señor le acompañarán, incluso cuando parecía que su Padre le empujaba al suplicio., puesto que no se preciaba en salvarle. Tras tanto rezar, tras tanto salmo, ¿le habría abandonado a su suerte, dejándole en manos de sus enemigos crueles, que lo buscaban con encono para matarle?

No es fácil entender la misericordia de Dios que pasa por la cruz y la sangre y el agua que saldrán del costado de Jesús, muerto, colgado en el madero. No es de extrañar que los apóstoles se quedaran confusos y espantados, sin poder comprender lo que estaba aconteciendo. Misterio de Dios. Podemos estar en manos de los que arrastran a Jesús a la cruz, o entre los que se van a tomar vinos, entristecidos hasta lo más profundo de sí, para comentar lo incomprensible. Pensábamos esto y esto y esto sobre lo que haría Jesús y nosotros con él, cuando todo ha caído en el fracaso más horripilante, la horrísona muerte en la cruz. ¿Cómo podremos entenderlo? Qué distinto, sin embargo, el ser y el actuar de María, la madre de Jesús, y el grupo de mujeres que le acompañaban. No sabían, tampoco entendía, todo lo que acontecía les sobrepasaba por completo, pero confiaban. Confiaban en Dios a quien ya ahora también ellas llamaban Padre. ¿Cómo podría abandonarlas?, ¿cómo podría desentenderse de quien estaba muriendo en la cruz? Ellas, sin saber cómo, repetían con el salmo lo incomprensible: nada temo.

Debemos prepararnos en lo que nos falta hasta la curz para sentir en lo profundo de nosotros los sentimientos de quienes contemplaban aquel espectáculo. Escoger cuál va a ser el lugar en el que nos coloquemos, qué figura de la pasión escogeremos para verla desde ese su lugar, y desde él comprender con el corazón lo que está sucediendo; lo que nos está sucediendo.

Imaginad por un momento cómo viviría los días siguientes la mujer que fue encontrada en flagrante delito y que, según la Ley, debía morir apedreada. Terrible injusticia solapada en esa condena: en el lugar paralelo no habría ningún castigo para el hombre sorprendido en situación de adulterio. Mas la punta del relato de Juan es otra: Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado? Ninguno. Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más. Ella había sido remecida por la misericordia e invitada a vivir en adelante fuera del pecado. Qué diferencia entre el comportamiento de Jesús y el de sus acusadores. Estos sí cogieron piedras, y lo crucificaron. Estábamos en pecado y le tiramos las piedras que lo clavarán en la cruz.