Hech 10,34a.37-43; Sal 117; Col 3,1-4 o 1Cor 5,6b-8; Secuencia; Ju,1-9

Dios nos ha abierto las puertas de la vida por medio de su Hijo, vencedor de la muerte, por eso le pedimos que nos conceda ser renovados por el Espíritu para resucitar en le reino de la luz y de la vida. De esta manera, con el Espíritu que venga a habitar en nosotros, permaneceremos en-esperanza, más ahora ya con un vivir-en-realidad.

Nosotros somos testigos del quehacer de su vida y de cómo lo mataron colgándolo de un madero. Mas las cosas no quedaron ahí, pues Dios, su Padre y Padre nuestro, lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver. Somos, así, sus testigos. Testigos de su vida y de su muerte, testigos de su resurrección, pues hemos comido con él y de él desde entonces. Y recibimos de él un encargo: predicar al pueblo, a todos los pueblos, dando solemne testimonio de que Dios, su Padre y nuestro Padre, lo ha nombrado juez de vivos y de muertos, de modo que todos los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados y la vida eterna.

¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! Por eso nuestro en-esperanza, sin dejar jamás de serlo, toma coloración de en-realidad; pues lo nuestro es desde ahora un vivir-en-realidad. Muertos con él por el bautismo, vivimos con él por la realidad, una realidad que nos viene dada en la sacramentalidad de la carne, de la suya y de la nuestra; la suya, que se nos da en alimento a la nuestra, alimento para la vida eterna. Lo nuestro, así, no son virtualidades vanas y lagrimeantes imaginaciones, sino la misma realidad amorosa de Dios para con nosotros y para con toda criatura.

Da gusto ver al discípulo joven ganar a Pedro en la carrera, asomándose, pero sin entrar, para ver el sepulcro vacío, con las vendas y el sudario enrollado en sitio aparte. Es Pedro el primero que entra, no el primero que ve. Y cuando entra, también el otro discípulo se aviene a entrar en el sepulcro vacío: vio y creyó. ¿Por qué creyeron cuando vieron lo que no vieron, es decir, que el cuerpo muerto de Jesús ya no estaba en el sepulcro, y que este estaba vacío? Porque fue entonces cuando entendieron la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos. Toda la Escritura anunciaba y apuntaba a este momento. Pero no era nada fácil adivinarlo. Hubo un acontecer para que Pedro y el otro discípulo comprendieran. Comprendieran lo que había significado la cruz y quién era, en definitiva, el que había muerto en ella, y al que vieron enterrar en la tumba nueva. Por eso, al no ver lo que no vieron, comprendieron que vieron lo que no vieron. Y ahora se les abren los ojos y los oídos a la fuerza de Dios que ha suscitado a la vida al que va a ser ya siempre el Viviente, quien nunca más les abandonará y una vez que suba al Padre les enviará su Espíritu Santo para que tome posesión de ellos y con ellos edifique la Iglesia. Son los primeros testigos. Un grupo de mujeres y de hombres que seguían a Jesús y que habían tenido comportamientos tan diversos el Jueves y el Viernes, pero que ahora son arrecogidos para siempre por quien murió para ellos, viviendo su en-esperanza como un cierto y seguro vivir-en-realidad la realidad del Espíritu. Por eso rezamos a Dios que proteja a su Iglesia, de modo que, renovada por los sacramentos pascuales, llegue a la gloria de la resurrección.

Vimos y creímos.