Con tanto lío de la Semana Santa no os he dicho que ya tenemos constructora para la parroquia. Si Dios quiere, y las cosas no se tuercen, empezaremos a construir a primeros de junio y quince meses después ¡voilá! una parroquia nueva…, y tan sólo veinte años después una parroquia pagada. Ahora toca reunirse con la empresa constructora, firmar los contratos y animarles a hacerlo muy bien, con cariño y profesionalidad. Los constructores no son creativos, tienen que hacer lo que viene en los planos y pasarlo del papel al terreno. La obra la hacen los obreros, aunque luego se diga que la parroquia la hizo tal o cual arquitecto. Un arquitecto que sólo se quedase en el papel sería inútil, y un trabajador sin un arquitecto sólo haría montañas de ladrillos. Uno y otro son necesarios para la construcción, aunque el edificio no sea el arquitecto ni el trabajador.

«Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías.» Estas palabras les traspasaron el corazón. Tal vez nosotros las escucharemos hoy y no nos traspase nada, nos hemos vuelto bastante insensibles. Sin embargo, si nos parásemos a pensar en la obra admirable de la redención tendríamos que acabar con el corazón traspasado. Dios Padre, el creador, que vuelve -en cierta manera-, a recrear al hombre con la obra de la redención. Traza, como buen arquitecto, un plan a llevar a cabo. Y ese plan no dura quince meses, sino unos cuantos miles de años en los que, contando con la libertad del hombre, va guiando a un pueblo hacia el conocimiento de la verdad. Y en ese pueblo , que camina a veces a trompicones, constituya a su Hijo como el trabajador que termina la obra. En Jesucristo se muestra el verdadero rostro del hombre, restaurado tras el desastre hecho por el pecado. Por eso es Señor y Mesías. Señor porque es Dios y Mesías porque da a su creación su verdadero rostro, sentido y finalidad. Y ¿todo esto por qué? Por puro y gratuito amor.

«Suéltame, que todavía no he subido al Padre. Anda, ve a mis hermanos y diles: «Subo al Padre mío y Padre vuestro, al Dios mío y Dios vuestro.»» Después de preguntar dos veces a María por qué llora se da a conocer al llamarla por su nombre. María no había descubierto al Señor no porque fuese disfrazado, sino porque era completamente normal. Hoy mucha gente no sabe muy bien quién es, para saberlo sólo tiene que mirar a Cristo crucificado y resucitado. Dios Padre podría haber dicho desde el cielo lo mismo que Pilato: ¡Ecce homo!, ¡He aquí al hombre!.

Pascua tiene mucho de contemplación. Mirar la maravilla de la redención y dejar que traspase nuestro corazón. Cuando la Virgen nos mira ve en nosotros el rostro de su Hijo resucitado ¡cómo no nos va a ver con cariño? Pidámosle a ella que nos introduzca en el misterio de la Pascua, de Cristo Señor y Mesías.