Muchas veces vienen al despacho y me dicen: “El otro día hablé con el otro párroco y…” Entonces les corto (es en plan de broma, por hacer un poco más entretenido el despacho), y les digo: “Párroco sólo hay uno”. Se quedan un poco cortados y empiezan a explicarme que ellos habían visto a otro. Ya se bien que se refieren al sacerdote que está conmigo en la parroquia, pero me gusta hacerlos sufrir un poco. Tampoco les explico la diferencia entre el párroco y el vicario parroquial, es un rollo muy aburrido. Les hago pasar un pequeño mal rato y luego les atiendo en lo que quieran. Pero en mi vida me he encontrado con párrocos, párrocos. Los conocidos como “parrocones”. La diferencia entre el párroco y el vicario parroquial es evidente desde el exterior hasta el trato y cuando habla se callan todos y algunos tiemblan cuando aparecen. Una vez estuve con uno que al entrar en la sacristía daba una palmada, se cuadraban sacerdotes, monaguillos y sacristanes y le iban revistiendo para la Misa según andaba. Un parrocón manda más que el Obispo en su parroquia y es evidente que está siempre un par de escalones por encima del resto de los mortales que entran en su territorio. (Suelen ser también muy buenos, abnegados y entregados a su parroquia, fieles y rezadores, pero eso no me vale para el ejemplo).

“El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio.” Ese sí que está por encima de todos, Dios nuestro Señor. Es algo que, en ocasiones, parece que no aceptamos. No queremos oír el testimonio que nos dan de Dios los que le conocen. A aquellos que nos dicen que “el Espíritu se da sin medida” les tomamos por locos o reaccionarios. Y sin embargo, es así: Dios puede hacer lo que quiera porque es Dios. Eso es sencillo (aunque no tanto, pensará Alfredo nuestro lector-opositor que si Dios quiere aprobará en cuanto se presente, pero tiene que estudiar duro. Gracias por tu felicitación). Pero el que Dios pueda hacer lo que quiera implica también que nosotros siempre podemos hacer lo que Dios quiere. Esto es casi más complicado. Hay momentos en que uno palpa su debilidad, las tentaciones parece que son invencibles, nos inunda el desaliento, incluso el miedo o los respetos humanos parece que nos pueden y no podemos hacer lo que Dios quiere. ¡Todo mentira! Siempre podemos cumplir la voluntad de Dios, nunca estamos abocados al pecado.«Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien vosotros matasteis, colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó, haciéndolo jefe y salvador, para otorgarle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.» Aunque amenacen de muerte -que no es lo habitual-, nada impide cumplir la voluntad de Dios si confiamos en la gracia del Espíritu Santo. Creo que ese era el sentido del grito de Juan Pablo II “No tengáis miedo, abrid de par en par las puertas a Cristo”. Eso es lo que han vivido los santos, tan frágiles como nosotros pero que confiaban más. Dios siempre hace lo que quiere porque está por encima de todos; nosotros hacemos lo que Dios quiere porque estamos identificados con Cristo.

Seguimos en Mayo, de mano de María huirán nuestro miedos y haremos lo que Dios quiere en cada momento.