En la primera lectura se nos habla del martirio de Esteban. En su discurso, del que sólo leemos hoy la parte final, Esteban ha contrapuesto la ley antigua a Cristo. De hecho ha mostrado como todo lo revelado por Dios en el Antiguo Testamento conducía a la persona de Jesús y en él alcanzaba su cumplimiento.

Las palabras de Esteban producen una gran irritación entre los garantes de la ortodoxia judía porque significaban, si eran verdad, el final de todo el culto antiguo. En las palabras de Esteban, que también se refieren a nosotros, se lanza una dura acusación: aquellos hombres resistían a la acción del Espíritu Santo. Por tanto eran culpables. Estaban orgullosos de sus tradiciones y también de su historia, en la que Dios había actuado de forma continua y maravillosa. Pero les faltaba ver a donde conducía aquella historia. Estaban anclados en el pasado y por tanto resistían a la gracia.

Esteban intenta explicarles el sentido de todo lo que ha sucedido. Les recuerda que mataron al Justo en nombre de la ley, pero que tienen acceso a la misericordia. Porque el mismo Dios que fue cercano a Israel en su pasado lo es también ahora, y aún más, una vez que Cristo ha resucitado de entre los muertos.

¿Cuál es la reacción de todos ellos? La descripción del libro de los Hechos resulta interesante: en primer lugar no había paz en el corazón de aquellas personas, sino que estaban llenos de ira. Ese dolor del corazón, que aquí revierte en violento rechazo, es un síntoma de que no estamos hablando el lenguaje de Dios. Porque el Señor apacigua. Después se nos dice también que gritaban. Los gritos forman parte de esa pretensión de ocultar la verdad o crearla diciendo muchas veces una cosa o a mayor volumen. A veces veo un programa de fútbol en televisión, que me parece muy divertido, en el que los tertulianos casi ni se respetan el turno de voz y acaban siempre a gritos. Eso no cambia las cosas, pero parece que quienes así proceden se quedan más tranquilos. Finalmente nos dice san Lucas que aquellos hombres se taparon los oídos, que es un signo claro de que no deseaban escuchar a Esteban. Preferían quedarse en su verdad. De ahí el gesto de taparse. Era una manera de decir que no querían ser enseñados ni aprender. Ni siquiera estaban interesados en conocer el sentido profundo de todo lo que habían vivido en la historia. Se cerraban a una intervención “ahora” de Dios.

Aquella actitud, sin embargo, no era definitiva. La misericordia de Dios es grande y no deja de sorprendernos cada día. Saulo estaba allí, aprobando la muerte de aquel hombre al que consideraba blasfemos. Aquel joven después será san Pablo. No escuchó entonces pero lo hizo más tarde. Ese hecho significa para nosotros que Dios nunca va a abandonarnos, pero también es una llamada a ser conscientes de nuestra responsabilidad y deber de estar atentos a su palabra y responderle.

Hoy también celebramos la fiesta de san Juan de Ávila, patrón de los sacerdotes españoles. Pidamos al Señor, por intercesión de este santo, que todos sus ministros estén atentos a lo que Dios espera de ellos para que sean fieles pastores del pueblo que tienen encomendado.