En el Evangelio de hoy Jesús se nos presenta como pastor y como puerta. Según el texto expone la segunda figura porque sus oyentes no habían entendido la primera comparación. Sólo Jesús tiene autoridad para llamar al corazón y entrar en Él, porque todo hombre, aunque sea inconscientemente, espera a su redentor. El ansia de verdad que hay en nuestro interior reclama a Jesucristo. Él es la única Verdad que nos sacia plenamente y, por ello, sólo Él merece nuestro corazón. Sin embargo, nuestro interior es continuamente asaltado por “otros”, que intentan apoderarse de él. Porque cuando se apodera de nosotros alguna idea que es contraria al Señor o nos dejamos aprisionar por cualquier tipo de esclavitud, ciertamente han penetrado en nuestro interior, pero no por la puerta del verdadero deseo de nuestra alma. Se han filtrado por las grietas de las bajas pasiones, de la soberbia o de cualquier otra falta. El Señor sólo puede entrar por la puerta. Cuando reconocemos su voz, como la de nuestro Salvador, la abrimos sin miedo y podemos seguirlo. “El guarda”, de que habla la imagen, y que abre la puerta, es nuestra disposición para la verdad. La primera lectura ilustra como muchos, ante la predicación de Pedro, reconocieron a Jesús como Aquel que esperaban el único que podía liberarlos y darles la felicidad que ansiaban. Esa experiencia se ha repetido en todas las tierras a las que ha llegado la predicación del Evangelio. Hace años Congar, señalaba la esclavitud de Satanás (visualizable en algunas costumbres y supersticiones), en que se encontraban algunos pueblos hasta la llegada de los misioneros.

Una vez dentro de nosotros el Señor nos exhorta a seguirlo para ir a otro sitio, donde ya no estaremos a merced de salteadores ni bandidos. Cuando se conoce la voz de Cristo y se le sigue, en el rebaño de la Iglesia, que reúne a las ovejas descarriadas de que habla san Pablo, quedamos protegidos. Por eso el Apóstol dice que es “pastor y guardián de vuestras vidas”.

San Pablo señala también que ese pastoreo de Jesucristo le ha supuesto la muerte en la cruz, porque no era tan sencillo liberar al hombre esclavo del pecado. Cargando con nuestros pecados, a pesar de ser totalmente inocente, nos ha liberado. En otros momentos la Sagrada Escritura utiliza el término “comprado”. Quienes escucharon la predicación de los Apóstoles fueron bautizados. Allí, como nosotros, adquirieron un nuevo nombre y una marca para siempre, la que los identificaba como miembros de la Iglesia del Cordero.

Fijémonos ahora en la segunda comparación que hace el Señor. Dice que es la puerta. Muchos autores coinciden en señalar que con esa figura se refiere a su humanidad. Jesús, por su humanidad, se hace puerta de salvación para el hombre. Es su carne la que ha padecido en la cruz y ha resucitado. A través de ella se nos ofrece la salvación. Por eso, quien sigue la voz del Señor ha de abrazarse a su humanidad. Por su humanidad Jesús nos ha abierto las puertas de la vida eterna. Bellamente lo expresa Juan Taulero: “El guardián saca fuera sus propias ovejas, y el pastor las lleva fuera, llamándolas por su nombre, va delante de ellas y ellas la siguen. ¿Adónde? Al redil, al corazón del Padre, donde está su morada, su ser, su reposo.”