Siempre me ha impresionado esta frase del Evangelio: “hará las obras que yo hago, y aún mayores”. Algunos autores comentan que aquí el Señor se refiere a cómo, a través de todos los cristianos, irá salvando a muchísimos hombres a lo largo de la historia. Y así, algunos señalan que “pueden considerarse obras mayores que las de Jesús en cuanto que por el ministerio de los Apóstoles el Evangelio, no sólo fue predicado en Palestina, sino que se difundió hasta los extremos de la tierra”.

Pero, más allá del sentido preciso de esa frase, hay una verdad fundamental: quien cree en Cristo realiza las obras de Cristo. Esta afirmación nos recuerda aquella otra en la que Jesús nos dice que si le amamos guardaremos sus mandamientos. Y todo nos remite a la fe. Aquí el creer en Cristo tiene el sentido de la absoluta confianza en Él. Dirigiéndose a sus discípulos les pide que, si les cuesta aceptar lo que les dice (su íntima unión con el Padre), se fijen en las obras.

Para nosotros también hoy es así. Los misterios del cristianismo nos desbordan continuamente por su grandeza pero ello no nos lleva a negarlos. Podemos creerlos porque, entre otras cosas, experimentamos su eficacia en el mundo. Muchas veces no somos conscientes de que muchos ejemplos que encontramos de caridad se realizan a través de personas que confiesan misterios tan altos como la Trinidad o la Encarnación. Si les preguntáramos nos dirían que para ellos son dos realidades inseparables.

Dios es amor. Conociendo al Hijo se nos hace presente el misterio del amor infinito del Padre. Toda la vida y las enseñanzas de Jesús son revelación de ese amor. Por la fe, además nos unimos al Señor y abrimos nuestro corazón para que su amor llegue a lo más íntimo de nosotros y nos transforme. Desde ahí podemos realizar las obras de Cristo, que consisten en la vivencia de la caridad.

Por otra parte vemos que Cristo lo que muestra es el rostro del Padre. Que Dios es Padre significa que en nuestro origen hay un amor. No hay un creador frío que se entretiene con sus creaturas, sino Alguien que nos ha amado. Por eso, al mostrarnos la paternidad de Dios, Jesús nos revela plenamente quienes somos. En el Hijo, y en todo lo que hace por salvarnos, se nos revela el infinito amor que Dios nos tiene.

De la misma manera la Iglesia y todos los cristianos que viven la vocación bautismal, muestran a los demás, con sus acciones, ese amor insondable de Dios, que todos necesitamos conocer para que nuestra vida alcance su pleno sentido.

La unión con Cristo nos lleva también a poder pedirlo todo en su nombre. En la película Cartas a Dios se ve lo que significa esa frase. Una mujer que visita a un niño enfermo de cáncer y próximo a su muerte, le sugiere que escriba cartas a Dios. Pero le dice que pida cosas espirituales. En su correspondencia, y en la experiencia que desde allí se suscita, el niño va descubriendo cómo Dios le ama y cambia su corazón y el de quienes le rodean. Al pedir bienes espirituales, ni siquiera recuperar la salud, el niño y nosotros descubrimos que ese “todo” es mucho mayor de lo que podíamos imaginar.