Gé 32,22-32; Sal 16; Mt 9,32-38

Es uno de los pasajes más enigmáticos del AT. Un ángel que es el mismo Señor. Durante una noche entera, hasta la evanescencia de la obscuridad. El hombre o el ángel, viendo que no le podía, le asesta a Jacob un golpe certero en la articulación del muslo. Suéltame, que llega la aurora, debo volver al lugar de quien me envió a ti. No, no te soltaré hasta que me bendigas. ¿Cómo te llamas? Pues bien, a partir de ahora no te llamarás Jacob sino Israel. La razón nos hace abrir los ojos de asombro: porque has luchado con dioses y con hombres y has podido. Jacob pregunta su nombre a quien luchó con él la noche entera. ¿Por qué me preguntas mi nombre? Y le bendijo.

¿Qué es todo esto?, ¿dónde nos encontramos tú y yo en este relato? Busco al Señor, incluso sin saberlo muy bien. Estamos todavía marcados por la escala que nos apareció en los sueños de la noche. Ahora, luchamos hasta la aurora. ¿Con quién? Me has ganado, pero no sé quién eres. Dime quien ere, Señor. Me has vencido, pero todavía no me has bendecido. Dime quién eres, Señor, que nada sé de ti. Es el Señor. ¿Con quién si no podría luchar la noche entera de mi vida? ¿Quién me podría vencer? ¿Quién podría darme en la articulación que más me duele, que me deja baldado ante quien lucha conmigo? Dime quién eres, no te sigas ocultando. Te he vencido en la lucha. Lucho con dioses y con hombres, y venzo. El mismo Señor me dice que en la lucha he podido. He podido pero, cosa extremada, soy yo, el vencedor, aunque con la articulación del muslo dislocada, quien con insistencia requiero tu nombre. Dime quién eres. ¿A quién puedo vencer y, sin embargo, me quedo en el deseo extremado de conocer, de saber su nombre, pues su nombres es su ser mismo? Cuando conozca su nombre sabré de él. ¿Cuánto? ¿Todo? No, pero sí lo suficiente para que la noche no haya pasado en vano, para que la lucha sin cuartel que mantuve con el mismo Dios no quede en puras aguas de borrajas. He visto a Dios cara a cara y he quedado vivo. Sale el sol y, como Jacob, voy cojeando. He vencido al Señor, en la lucha cuerpo a cuerpo, mas es él quien cambia mi vida, quien me da nombre, el nombre de lo que de verdad soy.

Qué extraña aventura la que me ha sucedido. Ya no eran sueños, sino realidades, pues salgo cojeando. Me he enfrentado a mi Dios en lucha corporal, cuerpo a cuerpo, carne a carne, y le he vencido. Pero soy yo, el vencedor, quien sale con su vida transformada por entero. Soy otro. Incluso tengo otro nombre. Dime quién eres. Señor, dime quién eres.

En la lucha sacaste de mi los demonios que me vencían. Te compadeciste de nosotros, te compadeciste de mí, pues tras la lucha estaba exhausto, no podía con mi alma., me sentía como oveja sin pastor. Pero cambiaste mi nombre para que fuera predicando a todos y en todas partes lo que me había acontecido. La Buena Noticia de que podemos bregar toda la noche en nuestra lucha con el Ángel, hasta la aurora de un nuevo día en el que viviremos con un nuevo nombre, el nombre de los seguidores de Jesús. Una vida que será para siempre. Una vida en la cercanía de Dios, nuestro Padre.