Gé 44,18-21.23b-29.45,1-5; Sal 104; Mt 10,7-15

En el Magnificat, según la traducción habitual hasta el presente, leíamos la humillación de María. Ahora leeremos la humildad de tu sierva. Lo que es elegido de María es su perfecta humildad, que no necesita de ninguna humillación ante Dios. Sí, en cambio deberemos hablar de la humillación de Jesús en la cruz, y de ahí la humillación también de ver la madre a su hijo colgado y muerto en la cruz. Pues bien, esta humildad a la que es llevada hasta la verdadera humillación del Hijo es el medio por el que Dios levanta a la humanidad caída. El desenlace de la historia de José nos lo muestra a la perfección. Su humildad humillada hasta ser vendido como esclavo por el precio de treinta monedad, por el designio magnífico del Señor se va a convertir en exaltación a lo alto, ocasión de que el pueblo de Israel sobreviva y vaya discurriendo por los planes de Dios; planes de gracia. La humildad humillada se convierte en levantamiento por la exaltación a lo más alto. Cautivan las lágrimas de José cuando descubre a sus hermanos y, ahora, cuando se manifiesta a ellos. Yo soy José, vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. Pero ahora no os preocupéis ni os pese el haberme vendido aquí, para salvación me ha envió Dios delante de vosotros.

Recordaremos siempre las maravillas que hizo el Señor con nosotros. Cómo la humildad humillada se ha convertido en exaltación acogedora. Parecía que todo quedaba en el abismo del desprecio y de la esclavitud, sin posibilidad alguna de remisión. Pero no ha sido así, nunca es así. Proseguiremos con la oración colecta, viendo cómo Dios nos ha concedido la verdadera alegría. Hemos sido librados de la esclavitud del pecado y, en Cristo y por él, se nos ha ofrecido la felicidad eterna. Lo creíamos perdido, vendido él también por un puñado de monedas, para descubrirlo exaltado en lo alto de la cruz como quien nos libra del pecado y nos ofrece la felicidad de la vida eterna. ¿Qué ha sido de los hermanos de José?, ¿cómo este cambio en sus vidas? ¿Qué ha sido de nosotros?, ¿en quién, en la humildad humillada de quien se nos da esta nueva vida?

¿Cuál es la Buena Nueva?, ¿nos la guardaremos para nosotros y para los nuestros, humillando lo que se nos dona gratis? Pidamos a Dios que la oblación que ofrecemos en la memoria del sacrificio de la cruz que celebramos, purifique lo que somos de modo tal que participemos con plenitud renovada en la vida del reino glorioso que se nos dona.

Precisamente por esto y para ello somos enviados a proclamar que el reino de los cielos está cerca, que se abre para todos, sin exclusiones, sin un cerrado y exclusivista: para los nuestros. Pues el reino de los cielos se abre a todos, a todas las razas y a todos los pueblos. Y haremos también nosotros esa proclamación en la más completa humildad. Todo se nos ha dado gratis y todo lo daremos gratis. Sin rayas que digan hasta aquí, o estos son los míos. Id por todo el mundo. Sabed que el mensaje de salvación es para todos. Y que mientras no haya llegado nuestra predicación de la Buena Nueva hasta los límites mismos de la humanidad, hasta los extremos de la tierra, no hemos vivido todavía la humildad sorprendente de lo que somos y todavía no hemos proclamado por entero la gloria del Señor.