Ayer fui a la farmacia a comprar unas medicinas para los oídos. Desde hace unos años los tengo mal y ay me han intervenido dos veces para ponerme un drenaje. Ahora lo vamos a intentar con medicinas. me pregunta el farmacéutico muy  amable qué es lo que tengo. Le contesto que no sé si las trompas están obstruidas o deformadas. El farmacéutico me interrumpe sonriendo y dice: “¿Las de Falopio?” Y rápidamente le contesto: “No, las de Eustaquio”. Espero no tener trompas de Falopio o debería ir corriendo al médico a que me opere algo más abajo de la garganta. El farmacéutico que se dio cuenta de su error solo dijo: “Es verdad, es verdad, es verdad…” Me hizo gracia porque es un desliz que puede tener cualquiera, aunque lo esperas menos de los que se dedican a estudiar estas cosas. El “pregunte a su farmacéutico” de los anuncios va a tener menos credibilidad para mi a partir de este momento.

«A vosotros se os ha concedido conocer los secretos del reino de los cielos y a ellos no. Porque al que tiene se le dará y tendrá de sobra, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene. Por eso les hablo en parábolas, porque miran sin ver y escuchan sin oír ni entender. Así se cumplirá en ellos la profecía de Isaías:

«Oiréis con los oídos sin entender; miraréis con los ojos sin ver; porque está embotado el corazón de este pueblo, son duros de oído, han cerrado los ojos; para no ver con los ojos, ni oír con los oídos, ni entender con el corazón, ni convertirse para que yo los cure.»

¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron.»

En ocasiones nos podemos preguntar ¿Cómo actúa principalmente el Espíritu Santo? Y tal vez pensemos en revelaciones, consolaciones, milagros, actos extraordinarios…., y sin embargo no es así. El Espíritu Santo suele actuar a través de la vida de los cristianos, de la tuya y de la mía. Comprendo que, al menos en mi caso, es bien poca cosa, pero así lo quiere Dios. Por eso sería una pena que cuando alguien que no conoce a Cristo mire la vida de un cristiano, ni vea, ni oiga, ni descubra a Cristo. ¡Una verdadera lástima!. Aunque nos parezca que no hoy muchos viven apartados de Cristo o no le conocen. Y cuando saben que rezamos algo, procuramos ir a Misa, etc. nos miran con lupa. Muchos creerán que es para encontrarnos defectos, pero en realidad es para encontrar a Jesús; al igual que uno puede ir al farmacéutico a pedirle consejo sobre algún medicamento. Y no podemos negarles ese derecho. Nuestra vida coherente con el Evangelio no es solamente nuestra, también tienen derecho los demás a encontrar en ella al autor de la vida. Si hay ciegos a tu alrededor tal vez sea porque se lavan los ojos con amoniaco, pero puede ser también que te estén mirando y no descubran nada. Tenemos que pedir al Espíritu Santo que nos ayude a reflejar a Cristo y que ayude a los demás a descubrirlo.

Mirar a María y vemos a Jesús. Esa es la trasparencia cristiana.

Voy a hacerme mirar lo de las trompas esas, aunque espero que no vean nada.