El cardenal Newman se fijó en este texto para hablar del infantilismo de algunos cristianos. Según él hay preguntas que corresponden a un estado en que aún no se ha llegado a la fe adulta. Aún así es interesante. ¿Qué pretendía Pedro con su pregunta? Aparentemente parece una pregunta cuya respuesta ya está contenida en el enunciado. El número siete, en el mundo judío, simboliza la totalidad, la perfección. Por tanto Pedro viene a decir si hay que perdonar siempre.

Jesús, sin embargo lleva la respuesta mucho más veces. Por ello señala: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Es como si dijera, por muy amplia noción del perdón que tengas la que Dios te pide es mucho mayor. Eso nos ayuda a situarnos ante este fragmento del evangelio, que quizás hemos escuchado y meditado muchas veces, pero que puede no haber afectado a nuestra vida. Setenta veces siete indica que no hay límite para la capacidad de perdonar de Dios. En otro momento dirá el Señor que el único pecado que no se perdona es contra el Espíritu Santo, y los estudiosos señalan que se corresponde con la resistencia a la gracia, la impenitencia o la obcecación en el mal. La pregunta ingenua de Pedro permite a Jesús abrirnos las puertas para contemplar su misericordia infinita.

Viene a continuación la parábola, que ilustra maravillosamente lo que Jesús quiere enseñarnos. En el ejemplo encontramos a un dos personaje que es deudor y acreedor al mismo tiempo. Es lo que nos pasa a todos nosotros: hemos de perdonar algunas ofensas y hemos de pedir perdón por las que nosotros cometemos. Así también lo reconocemos al rezar el Padrenuestro. Pero ese hombre debe diez mil talentos y a él sólo le deben cien denarios. Por tanto se trata de dos cantidades muy diferentes. De hecho la diferencia es abismal. Ese hombre no puede hacer frente a su deuda y merece ser castigado. Sin embargo implora clemencia y la obtiene. Pero es incapaz de aplicar esa misericordia con los demás. Fijémonos en otro dato que señala la desproporción. Él debe dinero a un señor (su amo), mientras que lo ha prestado a un compañero (un igual). En esas figuras vemos una imagen de Dios y de los demás hombres.

Con la parábola Jesús quiere ilustrar la máxima de su enseñanza. Viene a decirnos que nunca debemos buscar argumentos para eludir el perdón, porque Dios está dispuesto a perdonarnos siempre. Comenta san Cirpriano: “porque no quiso tener compasión con su compañero, perdió lo que su amo le había concedido gratuitamente”.

Por eso es infantil excusarse para perdonar a los demás. Otra cosa es que resulte difícil hacerlo y que estemos obligados a vencernos continuamente. Pero cuando uno comprende el amor tan grande que Dios nos ha tenido la cosa cambia. Jesús murió y resucitó para reconciliarnos con Dios. Estableció el perdón dando su vida por nosotros. De esa manera pagó una deuda de valor infinito que sólo Él podía satisfacer y en Él fuimos nosotros perdonados. De ahí que continuamente debamos elevar nuestra mirada al Señor crucificado para contemplar y agradecer el amor que nos ha tenido. Igualmente, ante cualquier ofensa hemos de acudir a Él para que nos enseñe a perdonar como Él nos ha perdonado.