Jueces  6,11-24a; Sal 84; Mt 19,23-30

¿Cómo? Pues, sí, puede ser como en tiempos de Gedeón, es decir, por un momento, en alguna grave dificultad, pero ¿y luego?, ¿no te olvidarás de nosotros?, ¿no quedaremos de nuevo desamparados, porque sin tu ayuda, Señor, nada podríamos hacer? Como dice Gedeón, precisamente mi familia es la menor de Manasés, y yo soy el más pequeño en la casa de mi padre. Por un poco, sí, está bien, tú nos librarás cuando la situación se haga insostenible, entonces el ángel del Señor tocará con la punta de su cayado la carne y los panes, en sacrificio de holocausto. Muy bien, sí, Señor de la paz. Pero ¿y luego? Anunciaremos por un poco la paz a nuestro pueblo, porque convertiremos nuestro corazón, pero ¿que pasará más tarde?

Vemos las grandes reuniones de la JMJ, como ahora en Madrid, momentos geniales de esplendor, de iluminación, en los que contemplamos la fuerza de nuestra llamada. No estamos solos. No tenemos miedo. Lo hemos comprendido. Nos lo confirma Benedicto XVI, reunido acá junto a nosotros. Mas ¿y luego? ¿Cómo conseguir que esto no sea fruto espléndido de un día, para después, poco después, quedar reducido todo a un alegre recuerdo y a unas fotos en las que nos vemos con amigos nuevos?

Porque hoy nos dice Jesús en el evangelio que leemos en la celebración eucarística que es difícil a un rico entrar en el reino de los cielos. ¿Cómo, acaso nosotros, precisamente nosotros somos ricos? Mirad las muchedumbres que se acercan a Madrid para estar junto al papa Benedicto XVI. ¿Acaso somos ricos? Qué fácil será decir, ¿quién?, ¿rico yo? Recordad aquel joven bueno que se acercó al Señor. Todo eso lo he cumplido, ¿qué más debo hacer? El Señor le miró con inmensa ternura. Deja todo lo que tienes, y ven y sígueme. ¿Quién, yo? Quizá él, sí, pero ¿yo? ¿Te atreverás a seguirle dejándolo todo? Quizá seas rico de tus riquezas. Posiblemente no de dinero, por ahora, que todo ha de llegar, mas rico de tantas riquezas: estudios, amistades, cariños, posibilidades de futuro. Porque el futuro es tuyo. Rico de tu tiempo, que administras con cuidado, perdiéndolo, seguramente, a manos llenas, pero cuando eso es parte de tu riqueza. ¿Entregar tu tiempo a quien nunca te va a dar nada en compensación, porque nada puede darte que a ti te sirva para algo? Ya ves, rico de tus inmensas riquezas. Incluso para venir al encuentro de Madrid lleno de ilusiones, de camaraderías, en alegría de fraternidad. Rico de toda una vida. ¿quién, yo, dejarlo todo, y en la pobreza más radical, como era la tuya, seguirte? Y el joven se alejó porque era muy rico de sus riquezas.

¿Sirve de algo esa inmensa reunión que, ciertamente, calienta el corazón de tantos jóvenes, chicos y chicas? Una inmensa y bellísima pompa de jabón que, enseguida, explota y queda reducida a pura nada. Escucha la voz del Señor que te dice: Tú, ven y sígueme. En este momento crucial en tu vida, como lo fue en la vida de aquel joven que se acercó a Jesús, a nadie tendrás que mirar como no sea al Señor Jesús y a ti mismo. Porque esa palabra, en la enmarañada multitud que te rodea, se dirige a ti, a tu persona. Entiendo que te digas: ay, Señor, ¿por qué a mí? Pero por favor, abandona tus inmensas riquezas y atiende a su llamada. ¿Qué harás de mí, Señor? Solo él lo sabe, que te llama, y tú, que eres llamado por su voz reconocible.